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Nuestro rincón de todos los veranos - Que no te agarre la bestia
Era la tarde de un año nuevo como cualquier otra en la casa quinta de una de mis tías. Los rayos solares potentes pulverizaban nuestras pieles al descubierto. Junto con mi hermano, Rodrigo, y mi primo, Lucas, estábamos arrojando bombas de estruendo que habían quedado de Nochevieja y Navidad. Bueno… yo observaba y, de vez en cuando, arrojaba algún que otro petardo pequeño. Era el más grande de los tres: le llevaba dos años a mi hermano y cuatro a mi primo.

Mi primo y mi hermano iban a seguir prendiendo mecha a los cohetes hasta que agotarán el stock. Ya sea en un tubo, 2 o 3 unidos con una cinta o en una caja, ellos tiraban y no se cansaban de hacerlo. Yo los supervisaba para que no se lastimaran o se les ocurriera alguna fechoría. Era un ritual que se repetía todos los fines de año.

Al llegar a la esquina, vemos una pequeña casa pintada de amarillo y de tejas rojas. Una casa que conocíamos muy bien, pero no por buenos motivos. En cuanto divisó la casa, a mi hermano se le prendió el foco y corrió hacia ella, haciéndonos señas para que lo sigamos.

Che, vamos a reventarle el buzón - propuso y levantó las cejas con una sonrisa diabólica.

Mi primo al instante asintió con la cabeza y yo me quedé de brazos cruzados en una señal de afirmación pasiva. Sabía que no era lo correcto y era una mala idea, pero entre eso y la bronca que le tenía a la pareja de adultos cascarrabias que vivían ahí, primó lo último.

Mi hermano agarró un cohete que era largo y robusto y, haciendo el menor ruido posible, lo colocó con especial cuidado en el buzón, como si fuera un paquete frágil, y encendió la mecha. Mi...