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"El Despertar de Morrigan: La Oscuridad que Acecha"
El templo había quedado en ruinas, apenas iluminado por los últimos destellos de la lucha entre la luz y la sombra. Elia, por un momento, se sintió aliviada al creer que había logrado sellar a Morrigan para siempre. Sin embargo, en las profundidades de su alma, una sensación perturbadora comenzó a crecer.

Mientras la última llama del altar se extinguia, un frío intenso se apoderó del lugar. Las sombras parecían retorcerse y los ecos de la batalla reverberaban como susurros ominosos. Elia, aún arrodillada, sintió un escalofrío recorrer su espalda, como si algo –o alguien– estuviese observándola desde las sombras.

Con esfuerzo, se puso de pie, tratando de sacudirse la sensación de inquietud. Pero al mirar alrededor, se dio cuenta de que no estaba sola; una figura se materializaba entre las ruinas, una silueta que parecía fluir con las sombras.

—Creíste que podrías deshacerte de mí tan fácilmente, ¿verdad? —se burló una voz grave, que resonaba y reverberaba en el aire, llena de una serenidad escalofriante.

Era Morrigan, aunque esta vez no era solo su imagen. Su forma se alzaba, modificándose en algo aún más aterrador. Se desprendió de las cadenas y las llamas, convirtiéndose en un ente etéreo y muy por encima del cuerpo que Elia había enfrentado. Su rostro sonreía con una malicia que cortaba como un...