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El eco de la mortaja


El primer sonido no fue un grito ni un lamento. Fue un zumbido, bajo y constante, como el susurro de un insecto atrapado en la cavidad de su oído. Sebastián abrió los ojos, pero la oscuridad lo envolvía como un sudario interminable. No había luz, ni espacio, ni siquiera un horizonte en su mente al que aferrarse. Solo el zumbido y una presión insoportable sobre su pecho, como si el aire hubiese sido desterrado de ese lugar.

Intentó moverse. Su mano derecha chocó contra una superficie dura y fría a menos de un palmo de distancia. La izquierda tuvo el mismo destino. Su pecho comenzó a arder con el esfuerzo de respirar. ¿Dónde estoy?, pensó, pero la pregunta flotó en su cabeza como una brasa apagada.

Fue entonces cuando lo supo. Estoy en un ataúd.

El pensamiento llegó como un golpe seco, atravesándolo desde las sienes hasta el estómago. Se...