"La Hechicera de la Corona de Caravela"
El sol se alzaba perezosamente sobre el reino de Cristalmar, iluminando los glaciares que resplandecían como diamantes en el horizonte. Nerina, la nueva princesa, observaba desde la torre de su castillo estos maravillosos paisajes. Su piel pálida contrastaba con el fresco aire del invierno; sus labios sonrosados y su cabello plateado caían en suaves mechones sobre sus hombros. Pero tras esa belleza etérea, había una inquietud palpante en su corazón.
“Debo encontrar los fragmentos del mapa,” murmuró para sí misma, el eco de sus palabras resonando en las paredes heladas. El reino se acercaba al colapso, y no tenía tiempo que perder. La facción rebelde, liderada por su antiguo amigo Kael, amenazaba su hogar, mientras su madre, la reina enferma, luchaba por conservar el trono.
De súbito, la puerta se abrió con un chirrido ominoso. Era Aric, su leal guerrero, con una expresión grave en su rostro. “Mi princesa, la rebelión crece. Si no actúas pronto, Cristalmar caerá en manos equivocadas.”
“Sabes que no puedo actuar sin el mapa,” se quejó Nerina, apretando con fuerza el borde de su vestido. “Y necesito esos fragmentos antes de que la situación se vuelva irreversible.”
Aric asintió, la determinación brillando en sus ojos oscuros. “Juntos encontraremos la manera. Empezaremos por las ruinas del templo submarino. Se dice que ahí hay un grimorio que puede contener la clave para los rituales.”
“¿Un grimorio?” Nerina se excitó. La perspectiva de obtener poder a través de antiguos hechizos era tentadora, pero el miedo a lo desconocido le atenazaba el estómago. “¿No hay riesgos?”
“Todo en esta aventura tiene un precio,” respondió Aric, su voz grave resonando como un eco de advertencia.
Con el corazón en la garganta, Nerina asintió. Juntos, se sumergieron en los peligros del océano, donde criaturas inimaginables acechaban entre las sombras. Las olas eran una sinfonía inquietante, y el frío penetrante amenazaba con consumirlos. Así, surcaron las aguas oscuras hasta llegar a las ruinas cubiertas de algas.
Mientras exploraban el antiguo templo, Nerina descubrió un lugar oculto en el fondo donde yacía el grimorio, resplandeciente en medio de la oscuridad. “¡Lo encontré!” exclamó, extendiendo la mano hacia el libro. Pero en cuanto sus dedos tocaron la superficie, una risa burlona resonó en la caverna. Una figura espectral apareció entre las sombras, con ojos que relucían como carbón.
“Solo quienes estén dispuestos a sacrificar algo valioso podrán utilizar los secretos del grimorio,” advirtió la entidad. Su voz era como el crujir del hielo.
“¿Qué debo sacrificar?” preguntó Nerina, sintiéndose atrapada entre la esperanza y el terror.
“Debes decidir,” respondió la sombra, su risa resonando mientras se desvanecía. “Lo valioso siempre es algo cercano al corazón.”
Tras un profundo suspiro, Nerina sabía que, de alguna forma, esto le llevaría a su madre enferma o a una decisión monumental sobre la traición de Kael. “Tomaré el riesgo,” dijo, y las palabras parecieron abrir un portal de cristal ante ella.
Con el grimorio en sus manos, Nerina comenzó a explorar sus páginas, sus ojos brillándole intensamente. Sin embargo, cada hechizo exigía más de ella, hasta que finalmente se detuvo en uno que prometía poder sobre el...
“Debo encontrar los fragmentos del mapa,” murmuró para sí misma, el eco de sus palabras resonando en las paredes heladas. El reino se acercaba al colapso, y no tenía tiempo que perder. La facción rebelde, liderada por su antiguo amigo Kael, amenazaba su hogar, mientras su madre, la reina enferma, luchaba por conservar el trono.
De súbito, la puerta se abrió con un chirrido ominoso. Era Aric, su leal guerrero, con una expresión grave en su rostro. “Mi princesa, la rebelión crece. Si no actúas pronto, Cristalmar caerá en manos equivocadas.”
“Sabes que no puedo actuar sin el mapa,” se quejó Nerina, apretando con fuerza el borde de su vestido. “Y necesito esos fragmentos antes de que la situación se vuelva irreversible.”
Aric asintió, la determinación brillando en sus ojos oscuros. “Juntos encontraremos la manera. Empezaremos por las ruinas del templo submarino. Se dice que ahí hay un grimorio que puede contener la clave para los rituales.”
“¿Un grimorio?” Nerina se excitó. La perspectiva de obtener poder a través de antiguos hechizos era tentadora, pero el miedo a lo desconocido le atenazaba el estómago. “¿No hay riesgos?”
“Todo en esta aventura tiene un precio,” respondió Aric, su voz grave resonando como un eco de advertencia.
Con el corazón en la garganta, Nerina asintió. Juntos, se sumergieron en los peligros del océano, donde criaturas inimaginables acechaban entre las sombras. Las olas eran una sinfonía inquietante, y el frío penetrante amenazaba con consumirlos. Así, surcaron las aguas oscuras hasta llegar a las ruinas cubiertas de algas.
Mientras exploraban el antiguo templo, Nerina descubrió un lugar oculto en el fondo donde yacía el grimorio, resplandeciente en medio de la oscuridad. “¡Lo encontré!” exclamó, extendiendo la mano hacia el libro. Pero en cuanto sus dedos tocaron la superficie, una risa burlona resonó en la caverna. Una figura espectral apareció entre las sombras, con ojos que relucían como carbón.
“Solo quienes estén dispuestos a sacrificar algo valioso podrán utilizar los secretos del grimorio,” advirtió la entidad. Su voz era como el crujir del hielo.
“¿Qué debo sacrificar?” preguntó Nerina, sintiéndose atrapada entre la esperanza y el terror.
“Debes decidir,” respondió la sombra, su risa resonando mientras se desvanecía. “Lo valioso siempre es algo cercano al corazón.”
Tras un profundo suspiro, Nerina sabía que, de alguna forma, esto le llevaría a su madre enferma o a una decisión monumental sobre la traición de Kael. “Tomaré el riesgo,” dijo, y las palabras parecieron abrir un portal de cristal ante ella.
Con el grimorio en sus manos, Nerina comenzó a explorar sus páginas, sus ojos brillándole intensamente. Sin embargo, cada hechizo exigía más de ella, hasta que finalmente se detuvo en uno que prometía poder sobre el...