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La Gloria de la Perdición (Capítulo 6: Pereza)
Darío despertó, desnudo, en medio de sus dos encantadoras compañeras: María y Alouqua, quienes también se encontraban en la misma condición.

-Buenos días -dijo Alouqua abrazándolo por el cuello.

-Buenos días.

Ambos se besaron. María también despertó.

-No hay nada mejor que despertar al lado de tu amado.

Lo besó apasionadamente.

-Quiero que me alimentes -dijo Alouqua.

-Yo también -dijo María.

-¿Crees que puedes con las dos?

Darío bostezó. Se estiró y alimentó a las dos. Los tres se envolvieron en las llamas de la pasión.

Cerca del mediodía, Darío se encontraba en el comedor principal en compañía de Alouqua. María, ya vestida con su uniforme de mucama, junto con las demás sirvientas, aguardaban nuevas instrucciones.

Darío comenzó a deleitarse con la presencia de tantas bellezas a su alrededor. No solo contaba con la compañía de la Dama de la Oscuridad, sino que también tenía a María de vuelta. Sin embargo, un odio hacia su familia empezó a surgir desde lo más profundo de su ser. Comprendía que ya no era necesario confrontar a sus padres para vengar la muerte de su hermana. Pero su resentimiento por haberle hecho la vida imposible al no permitirle ser lujurioso con ella... sus demonios dirigieron una atención especial hacia su padre mientras saboreaba su amargo café. Alouqua había establecido una conexión con su esposo desde el primer día. Por lo tanto, para mantener a su amado contento, haría lo que fuera necesario para hacerlo feliz. De hecho, planeaba hablarle sobre esto después del desayuno. Pero él se adelantó.

-Quiero asesinar a mis padres.

María lo miró sorprendida. Luego miró a las demás y se dio cuenta de que todas tenían sus rostros de lo más normal.

-Así que eso es lo que deseas. Está bien. Voy a conceder tu deseo -dijo Alouqua.

-¿Por qué quieres matar a mis padres?

-Para que no crean que se salieron con la suya. Deben pagar por el daño que te hicieron. María reflexionó un momento.

-De acuerdo. Si así lo quieres, yo te ayudaré.

-Antes de que hagan algo, primero debemos ir a Jerusalén. Mi trono me está esperando.

-¿Tu trono?

-Sí, María. Ese trono me pertenece.

-¿Y cuándo iremos para reclamar lo que es tuyo? -preguntó Darío.

-Anoche comí demasiado. Después de descansar un par de semanas, iremos los tres a Jerusalén.

-Yo pienso que debemos hacerlo lo antes posible. La pérdida de todas esas vidas de anoche, encenderán las alarmas del reino.

-Ahí te equivocas, cariño. Mi terreno tiene un campo mágico para desorientar a los que cruzan. Como el conde John fue quien los invitó, pensarán que fue él quien los llevó al bosque para arrebatarles la vida. Haciendo que sea responsable en algo que no cometió.

-¿El conde estuvo aquí anoche?

-Así es. ¿Y cómo sabes lo que hicimos anoche?

-El olor nauseabundo de los cadáveres llegó hasta arriba. María asintió.

-En la mañana dejamos todo limpio -dijo White.

-Si me permiten decir algo, opino que Darío también se convierta en uno de los nuestros. Así también participa con nosotras -dijo Gold. -Yo no te permití hablar sin mi permiso. Pero me gusta tu idea. Solo que todavía no es el momento. -Terminó de tomarse el café y se puso de pie-. Iré a la sala capitular.

-Si quieres, te acompaño -sugirió Darío.

-Eres libre de hacer lo que te plazca. Puedes acompañarme, recorrer la mansión, acostarte con mis sirvientas, lo que tú quieras.

-¿Y tú qué vas a hacer en la sala capitular?

-Digamos que tengo un ataque de pereza. Cuando como mucho, me entra una pereza que puede durar hasta varias semanas. -Bostezó-. Hasta para hablar me dio pereza.

Salió de la habitación.

Darío comprendió que Alouqua deseaba estar sola. Así que, después de desayunar, decidió explorar la casa, recorriendo sus pasillos. María se ofreció a acompañarlo, pero él declinó la oferta. Por lo tanto, ella se unió a las demás sirvientas para mantener la mansión en orden. White, sin embargo, decidió seguirlo discretamente.

Tras caminar por interminables pasillos, Darío se encontró con una puerta peculiar que parecía fuera de lugar. Al abrirla, descubrió una vasta biblioteca de dos pisos.

El lugar estaba repleto de estanterías de estilo gótico; su color negro daba a la atmósfera un aire sombrío.

Darío avanzó unos pasos y luego se detuvo.

-Sé que me has estado siguiendo.

Desde las sombras, apareció White.

-No quería que te perdieras, mi señor.

-¿Es eso? ¿O hay algo más?

-Jamás te mentiría. ¿Te gusta este lugar?

-Cuando vivía en la casa de mis padres, siempre se preocuparon por darme una buena educación. Y como mis estudios sobre historia se interrumpieron, voy a comenzar a estudiar de nuevo.

-Eso es muy bueno. Pero aquí no solo hay libros de historia. También hay sobre hechizos, geografía, anatomía,...

-Me interesa el de hechizos.

-Muy bien. ¿Y qué te gustaría explorar sobre la hechicería?

-Necromancia, maldiciones, piromanía,...

-Necromancia.

-Excelente decisión. Ahora siéntate. Yo iré a buscar uno que podría interesarte.

Darío se sentó y observó cómo su sirvienta subía al segundo piso. Tomó uno de los muchos libros gruesos de tapa negra y regresó con él en las manos. Lo dejó sobre la mesa y abrió la primera página. El título decía:

-Necromancia para principiantes. Espero que sea de tu agrado.

-Gracias.

-Mi señora es especialista en necromancia. Así que ella podría enseñarte.

Darío comenzó a hojear el libro.

-Está en su etapa de pereza. Así que por ahora voy a aprender con este libro.

-¿Y puedo saber por qué quieres aprender eso?

-Quiero convertir a mis víctimas en marionetas. Como ella lo hizo con María.

White quedó sorprendida.

-Eres muy perspicaz.

-María nunca me amó y nunca me vio arrepentido cuando se lanzó por la ventana. Cosa que la nueva María asegura que sí la amé en el último momento y que se había resbalado. Era obvio que Alouqua la manipuló. ¿Y acaso me quiere ayudar a terminar con la vida de sus padres? Es ilógico que quisiera hacer eso.

-Antes de ayer fui con Blue y Vermilion en la noche para buscar sus restos por orden de mi señora. Y si lo hizo así, es porque quiere verte feliz.

-Yo no la estoy reprochando. Es más. Estoy agradecido. Es solo que ahora yo quiero aprender a hacer lo mismo que ella.

White asintió.

-¿Necesitas que te ayude en algo más?

-No. Ahora necesito que te retires. Quiero estar solo.

-Como usted diga. Con permiso.


© Benjamin Noir