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Ahura Mazda
En el vasto lienzo del cielo, donde las estrellas titilan como pensamientos divinos, Ahura Mazda, el sabio supremo, se despliega en un manto de luz eterna. Su esencia, tejida con hilos de sabiduría pura, trasciende la comprensión mortal, un faro de bondad en la inmensidad del cosmos.

Ahura Mazda, el Señor de la Luz, no se limita a una forma, sino que es la chispa en el fuego sagrado, el destello en la mirada de los justos, la voz que susurra en el viento de la verdad. En su presencia, el mal se disipa como sombras al amanecer, y la oscuridad de Angra Mainyu se desvanece ante la claridad de su justicia.

Los antiguos persas lo invocaban, no con ídolos o templos adornados, sino con el corazón puro y las manos extendidas hacia el cielo, buscando su guía en la senda de Asha, la rectitud. Ahura Mazda, el invisible y omnipresente, no requiere de santuarios de piedra, pues su templo es el universo mismo, y su altar, la conciencia humana.

Así, en la poesía de la existencia, Ahura Mazda es el poeta celestial, cuyos versos son actos de creación y cuya rima es la armonía del ser. En cada acto de bondad, en cada elección justa, resuena su eco, llamando a la humanidad a elevarse, a ser reflejo de su divina sabiduría.

Y en este baile cósmico de luz y sombra, donde cada alma juega su parte, Ahura Mazda nos invita a ser coautores de una epopeya eterna, a inscribir nuestros nombres en el libro del tiempo con tinta de amor y compasión. Porque en la buena mente, en la buena palabra, en la buena acción, encontramos el camino hacia él, el más alto objeto de culto, el Ahura, el Mazda, el eterno.

© Benjamin Noir

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