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Que buena vida.
Me despierto un día más, se supone que tengo que ir a trabajar pero me siento cansado, la noche anterior fué tediosa, el desvelo aunado a la resaca me dejan una pesadez de cabeza y una sed voraz.
Me visto mis ropas de trabajo y me marcho a ese lugar, a ganar un día más mi sueldo diario.
En la calle hace calor aunque en la mañana sentía frío, de regreso a casa me moja un torrente de agua del cielo, llegó a casa mojado, mi esposa me espera, la comida está lista, mis hijos corren hacia mí y me abrazan, se arremolinan al lado mío sentado en el sofá cuando todo lo que quiero es descansar, me dirijo al baño, me veo al espejo y me veo cansado, sudado, desanimado, salgo esbozando una enorme sonrisa a jugar con mis niños y a abrazar a mí mujer, me siento estancado, cada día lo mismo, mi sueldo es miserable y no me alcanza más que para comer, llevo años sin comprar ropa y mas de un año sin tener zapatos nuevos por proveerles a mí familia, me estoy hastiando.
Me siento cansado, ruego al cielo que esta maldita suerte cambie, pero el cielo prefiere ignorarme una vez más.
Dios se ha olvidado de mí y quiere que me conforme solo con las miserias que tengo, lo más grande y valioso es mi familia y me duele no poderles dar una mejor vida.
pasan los años, llenos de alegrías, de carencias, de desvelos y desánimo.
Me siento enfermo, ya no puedo caminar, mi lecho me mantiene unido a las sábanas, extraño el aire fresco, ya no puedo trabajar, estoy en la cama de un hospital coloreado por una luz blanca brillante de las paredes, extraño la noche, sentir el viento, mover mis pies, ver mi rostro demacrado; no queda nada de lo que yo era, estoy flaco y débil, mis latidos suenan tenues, jamás pensé que extrañaría tanto sentirme vivo, poder llorar de decepción, temblar de frío, sudar de calor, de que me duelan los pies por el cansancio, de tener a mis hijos a mí alrededor jugando sobre mí impidiéndome descansar, extraño hacer el amor con mi mujer, mi sueldo miserable, extraño el viejo yo, mi vieja vida de la que me quejaba en los dias del ayer.
© Manuel Andrés Pérez