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Estúpida cinefilia

El estridente pitido de la alarma nos cogió por sorpresa. No es que no la esperáramos, en fin, sabíamos que tenía que sonar, estimular las esperanzas de los cuatro parroquianos asustados que jugaban al póker una vez que el viejo Paco bajaba la roñosa verja pintarrajeada y todo eso. El problema es que sonó antes de tiempo y nos pusimos bastante nerviosos. Como poco sirvió de catalizador, aunque no sé muy bien de qué.

Aunque solíamos disfrutar dándonos ínfulas de mafiosos ( Veíamos demasiado cine. Reservoir dogs era de nuestras favoritas, junto a Chinatown o, cómo no, la saga de El padrino ) la triste realidad de barrio obrero castigado por el desempleo se reflejaba con avergonzante claridad en nuestros chándales de mercadillo, las zapatillas de tenis raídas y el viejísimo renault de tercera o cuarta mano que, mal que bien, renqueaba por las empinadas cuestas de la ciudad gracias a las piezas de recambio que mangábamos a un conocido que regenta un desgüace en las afueras.

En fin, como iba diciendo, los aires de gangster de arrabal nos habían empujado, apenas unos días antes, a comprar un par de pistolas ( Dos viejas star megastar deslucidas, recuerdo y despojo de una vieja guerra que nunca fue para nosotros más que historieta y anécdota de abuelo ) a un hombretón trajeado con un audi que quita el hipo. Las llevaba en el maletero junto a un vistoso maletín de piel. La verdad es que me acojonó bastante, el tipo ese.

Como no, varias noches antes del día D, como estúpidamente lo bautizamos, cogimos un par de trajes de corte muy humilde directamente del escaparate del sastre, allí junto a la tienda de los indúes. Nos los pusimos la noche del «estreno» y tras emborrachamos con una botella de Jack Daniel’s que mi compañero se sacó sabe Dios de dónde, nos envalentonamos con la...