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"La Hora del Segador"
El aire se sentía pesado, denso como la niebla que se asentaba sobre el cementerio. Las cruces, siluetas fantasmagóricas bajo la luna llena, se erguían como espectros vigilantes. Un frío que no era del cuerpo, sino del alma, se apoderó de Elias, obligándolo a apretar con más fuerza el crucifijo que portaba. La última vez que había visto a su padre, éste había pronunciado con voz ronca, entrecortada por la tos seca de la enfermedad: "La hora del Segador se acerca, hijo".

Las palabras aún retumbaban en su mente. Su padre, un hombre de fe inquebrantable, un curandero respetado por toda la aldea, había sucumbido a una extraña enfermedad, una plaga que azotaba la región. Y ahora, él mismo, Elias, se adentraba en el corazón de la noche para buscar el único remedio que, según la leyenda, podía contrarrestar la terrible enfermedad.

A lo lejos, entre las sombras, vio una figura encapuchada, un espectro que se deslizaba con sigilo entre las tumbas. Se acercaba con paso lento, inexorable, como un ave de rapiña sobre su presa. El crucifijo le ardía en la mano, irradiando una luz tenue que se reflejaba en la calavera que asomaba bajo la capucha. Sus ojos, dos pozos oscuros, parecían penetrar en su alma, y de su mano esquelética colgaba un reloj de bolsillo, su maquinaria dando vueltas con un tic-tac que resonaba en el silencio de la noche.

"He venido por ti", dijo una voz, seca y sin vida, tan fría como el aire de la noche. "Tu hora ha llegado."

Elias se quedó petrificado, incapaz de moverse, la angustia oprimiéndole el pecho. Sabía que estaba en presencia del Segador, el ángel de la muerte que llegaba para reclamar el alma de su padre. Pero también recordaba las palabras de su padre: "El Segador no toma lo que no le pertenece, Elias. Tienes que luchar, hijo, hay una forma de vencerlo."

Y entonces, en medio del miedo, Elias encontró la fuerza. Tomó una profunda inspiración y se armó de valor. "Te reto a un duelo, Segador. No te llevarás a mi padre sin luchar."

El Segador se detuvo, la capucha cubriendo su rostro, pero Elias pudo sentir que lo observaba con interés. "¿Un duelo? ¿Qué crees que puedes ofrecerme?" La voz resonó como un eco en el silencio del cementerio.

Elias recordó las historias de su niñez, aquellas en las que los valientes enfrentaban a seres oscuros con astucia y coraje. "Si ganas, te llevarás el alma de mi padre. Pero si yo gano, lo dejarás en paz y te irás de esta tierra para siempre."

Una risa helada surgió de la figura encapuchada, como el crujir de hojas secas. "Acepto tu desafío, mortal. Pero recuerda, la muerte siempre tiene la ventaja."

El Segador levantó su mano y el reloj comenzó a girar más rápido, llenando el aire con un zumbido ominoso. De repente, el mundo a su alrededor se distorsionó: las tumbas se movieron, los árboles danzaron y las sombras cobraron vida. Elias sintió que sus pies se hundían en el suelo, atrapado por fuerzas oscuras que intentaban arrastrarlo hacia lo profundo.

Sin embargo, en medio del caos, recordó el poder del amor de su padre. Cerrando los ojos, invocó los recuerdos felices: risas compartidas, enseñanzas sobre hierbas curativas y noches bajo las estrellas. Con cada recuerdo que emergía de su corazón, una luz brillante comenzó a emanar del crucifijo.

El Segador se detuvo al sentir la luz; sus ojos se abrieron en sorpresa. "¿Qué es esto?" La figura retrocedió un paso.

"Es el amor que trasciende incluso la muerte," dijo Elias con firmeza. "No puedes ganar contra eso."

Con un movimiento decidido, alzó el crucifijo hacia el Segador. La luz brilló intensamente y envolvió al espectro como una marea luminosa. El zumbido del reloj se volvió frenético mientras el Segador luchaba por liberarse de la luz que lo aprisionaba.

"¡No!" gritó con desesperación. "¡No puedes hacer esto!"

Elias sintió cómo el poder del amor lo llenaba todo y empujaba al Segador hacia atrás. Con un último grito desgarrador, la figura encapuchada fue absorbida por la luz hasta desaparecer por completo.

El silencio regresó al cementerio. Elias cayó de rodillas, agotado pero aliviado. La luna brillaba más intensamente que nunca y una suave brisa acarició su rostro, como si su padre estuviera a su lado.

Cuando se levantó y miró a su alrededor, notó que las sombras habían desaparecido y las cruces estaban quietas y pacíficas. Había ganado el duelo y liberado a su padre del oscuro destino que le esperaba.

Con lágrimas en los ojos pero una sonrisa en el corazón, Elias se marchó del cementerio con la certeza de que el amor siempre triunfa sobre la oscuridad. Había enfrentado sus miedos y había encontrado no solo fuerza en su interior sino también una conexión eterna con quien más amaba.

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