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"La Hora del Segador"
El aire se sentía pesado, denso como la niebla que se asentaba sobre el cementerio. Las cruces, siluetas fantasmagóricas bajo la luna llena, se erguían como espectros vigilantes. Un frío que no era del cuerpo, sino del alma, se apoderó de Elias, obligándolo a apretar con más fuerza el crucifijo que portaba. La última vez que había visto a su padre, éste había pronunciado con voz ronca, entrecortada por la tos seca de la enfermedad: "La hora del Segador se acerca, hijo".

Las palabras aún retumbaban en su mente. Su padre, un hombre de fe inquebrantable, un curandero respetado por toda la aldea, había sucumbido a una extraña enfermedad, una plaga que azotaba la región. Y ahora, él mismo, Elias, se adentraba en el corazón de la noche para buscar el único remedio que, según la leyenda, podía contrarrestar la terrible enfermedad.

A lo lejos, entre las sombras, vio una figura encapuchada, un espectro que se deslizaba con sigilo entre las tumbas. Se acercaba con paso lento, inexorable, como un ave de rapiña sobre su presa. El crucifijo le ardía en la mano, irradiando una luz tenue que se reflejaba en la calavera que asomaba bajo la capucha. Sus ojos, dos pozos oscuros,...