Capítulo 26
Sky
Han pasado exactamente nueve días desde la fiesta. Nueve días en los que no he sabido nada de Alex. Nueve días en los que no lo he dejado saber nada de mí.
¿Qué si no ha pasado por casa? No lo sé, porque no estamos en allí. Mi madre y yo vinimos a casa de tía Marcela. Ella está de viaje con su familia y así será aún durante todo un año. Antes de irse, nos ofreció venir aquí cuando quisiéramos. Mamá tiene una copia de las llaves.
Ese día, el de la fiesta, sigue aún muy borroso en mi mente.
Lo último que recuerdo con claridad es a Vanessa diciendo que yo solo quería causar lástima con lo de la muerte de mis abuelos. Luego ella siguió diciendo otras cosas que yo solo oía de lejos. Alex soltó mi mano. Yo aproveché para escapar. Yo ya no era yo; era como otra parte de mí. Me estaba pasando de nuevo, verme como si mi cuerpo no fuera mi cuerpo.
Eché a correr como loca. Una voz llamaba mi nombre tras de mí. Alguien corría tras de mí. Alguien me tomó del brazo para girarme hacia sí. Era Érika.
—Quiero irme de aquí— le dije haciendo un esfuerzo por articular coherentemente cada palabra.
Ella no hizo preguntas. Ella no me miró como si me juzgara. Ella solo detuvo un taxi y me llevó a casa. Cuando llegamos, se encargó de contarle todo a mi madre.
Mi teléfono vibró en mis manos por enésima vez; de nuevo estaba llamando Alex. Miré a Érika suplicante y ella le respondió por mí:
—La traje a casa, Alex— le dijo de su propia iniciativa. – No, no vengas aquí. Eso solo la pondrá peor. Está demasiado alterada, demasiado nerviosa y fuera de sí. Claro que le conté todo a su madre. Le está preparando un té y supongo que le dará algo que la ayude a dormir. Tranquilízate. Ya te llamará ella cuando esté lista.
Y justo en el instante en que colgó la llamada, mamá entró a la habitación con una taza de té y un calmante, ambos para mí:
—Mañana temprano nos iremos a casa de Marcela— me dijo entregándome el té. –Creo firmemente que necesitas salir de aquí. Es una suerte que el lunes...
Han pasado exactamente nueve días desde la fiesta. Nueve días en los que no he sabido nada de Alex. Nueve días en los que no lo he dejado saber nada de mí.
¿Qué si no ha pasado por casa? No lo sé, porque no estamos en allí. Mi madre y yo vinimos a casa de tía Marcela. Ella está de viaje con su familia y así será aún durante todo un año. Antes de irse, nos ofreció venir aquí cuando quisiéramos. Mamá tiene una copia de las llaves.
Ese día, el de la fiesta, sigue aún muy borroso en mi mente.
Lo último que recuerdo con claridad es a Vanessa diciendo que yo solo quería causar lástima con lo de la muerte de mis abuelos. Luego ella siguió diciendo otras cosas que yo solo oía de lejos. Alex soltó mi mano. Yo aproveché para escapar. Yo ya no era yo; era como otra parte de mí. Me estaba pasando de nuevo, verme como si mi cuerpo no fuera mi cuerpo.
Eché a correr como loca. Una voz llamaba mi nombre tras de mí. Alguien corría tras de mí. Alguien me tomó del brazo para girarme hacia sí. Era Érika.
—Quiero irme de aquí— le dije haciendo un esfuerzo por articular coherentemente cada palabra.
Ella no hizo preguntas. Ella no me miró como si me juzgara. Ella solo detuvo un taxi y me llevó a casa. Cuando llegamos, se encargó de contarle todo a mi madre.
Mi teléfono vibró en mis manos por enésima vez; de nuevo estaba llamando Alex. Miré a Érika suplicante y ella le respondió por mí:
—La traje a casa, Alex— le dijo de su propia iniciativa. – No, no vengas aquí. Eso solo la pondrá peor. Está demasiado alterada, demasiado nerviosa y fuera de sí. Claro que le conté todo a su madre. Le está preparando un té y supongo que le dará algo que la ayude a dormir. Tranquilízate. Ya te llamará ella cuando esté lista.
Y justo en el instante en que colgó la llamada, mamá entró a la habitación con una taza de té y un calmante, ambos para mí:
—Mañana temprano nos iremos a casa de Marcela— me dijo entregándome el té. –Creo firmemente que necesitas salir de aquí. Es una suerte que el lunes...