En una pequeña ciudad, donde las calles estaban adornadas con árboles frondosos y casas pintorescas, vivía Dylan, un joven de dieciséis años que siempre había sentido que era diferente. Desde pequeño, su mundo giraba en torno al arte; cada rincón de su habitación estaba cubierto de lienzos, brochas y pinturas que contaban historias que solo él podía ver. Su estilo único, lleno de colores vibrantes y formas abstractas, lo hacía destacar entre sus compañeros de escuela, pero no siempre de la manera que deseaba.

Dylan era un soñador. Pasaba horas en su habitación, sumido en la creación de mundos imaginarios. Sin embargo, su sensibilidad lo hacía vulnerable. En la escuela secundaria, donde la conformidad era la norma y la creatividad a menudo era vista como una rareza, Dylan se convirtió en blanco fácil para un grupo de chicos populares que no entendían su esencia artística. Las burlas comenzaron como murmullos a sus espaldas y comentarios sarcásticos sobre su ropa excéntrica. Pero con el tiempo, esas pequeñas ofensas se transformaron en acosos más directos: empujones en los pasillos, risas burlonas y comentarios crueles que desgastaban su autoestima.

Cada día se sentía más aislado. Las horas en clase se convertían en un tormento; mientras sus compañeros hablaban sobre...