El barrio
El viejo bar itxaso se calentaba con rabia al sol. Pese al nombre ( mar, en euskera ) allí, a más de treinta kilómetros tierra adentro, el olor del salitre y la brisa marina eran poco más que ecos de viaje estival, pelota y toalla de playa. Pero daba el sol y los ya viejos niños de una posguerra olvidada, apuraban lunes a lunes sus acostumbradas copas de coñac y sus agrios farias acartonados por la costumbre, en la amplia terraza junto a la carretera general. La partida, siempre a medias, representaba el único pretexto para una vida ya pasada, solo recuerdos y anécdotas, volando de mano a mano, de la caja a la boca; de la botella al vaso.
La vida como un paréntesis entre las...