Piedad.
El Sol apenas asoma en el horizonte y ya siento el peso de un nuevo día sobre mis hombros. Me despierto en el mismo rincón sucio y frío que me acogió anoche, con el cuerpo entumecido y el alma cansada. Cada amanecer es un recordatorio cruel de mi realidad, una realidad de la que no puedo escapar, parece que nunca tendrá un final esta verdad, un día más y las cadenas aprietan un poco más.
Hoy no es diferente. Me levanto con desgano, sabiendo que me espera otra jornada de lucha y supervivencia. El hambre me retuerce el estómago, pero sé que encontrar algo para comer será una odisea, así que ni siquiera quiero pensar en ello ahora, pero mi estómago arde como fuego, es imposible ignorarlo, se siente vacío como mi alma. La gente pasa a mi lado sin mirarme, como si fuera un fantasma, una sombra en el borde de su visión, el desperdicio, la mugre que todos deseas que se barra con la lluvia y aún así sería un pesar verle pasar a su lado por temor a contaminarse.
El desánimo me invade. ¿Para qué seguir viviendo? Cada día es una repetición de una tragedia anterior, una cadena interminable de miserias y desilusiones. No tengo a dónde ir, ni a quién recurrir. No tengo a quien contarle que me duele...