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Las Mariposas de Cristal
En un rincón olvidado del mundo, en un jardín secreto, florecían los Lirios Blancos. Sus pétalos eran tan delicados como el cristal, y su fragancia embriagaba las noches de luna llena. Pero lo más asombroso no eran los lirios en sí, sino las mariposas que los visitaban.

Estas mariposas eran diferentes a todas las demás. Sus alas, transparentes como el vidrio, brillaban con una luz tenue y mágica. Solo se despertaban cuando la luna alcanzaba su plenitud, y entonces comenzaba su danza. Flotaban entre los lirios, sus cuerpos etéreos reflejando la luz plateada.

Cada aleteo de las Mariposas de Cristal liberaba un recuerdo. No eran sus propios recuerdos, sino los de aquellos que habían cruzado su camino. Las penas, las alegrías, los amores perdidos y los momentos de felicidad se desprendían de sus alas y se elevaban hacia el cielo estrellado.

Había una anciana llamada Diana que vivía cerca del jardín. Cada noche de luna llena, salía a observar la danza de las mariposas. Sus ojos cansados brillaban con nostalgia mientras recordaba su juventud, sus amores y las decisiones que había tomado. Las Mariposas de Cristal parecían sus confidentes, llevándose consigo sus secretos más profundos.

Un día, Diana decidió atrapar una de las mariposas. Quería retener un recuerdo, aferrarlo a su corazón. Pero cuando intentó tocarla, la mariposa se desvaneció en el aire, dejando solo un eco de risas y lágrimas.

Diana comprendió entonces la verdadera naturaleza de las Mariposas de Cristal. No estaban allí para ser atrapadas ni para llevarse los recuerdos de otros. Su danza era un recordatorio de que los momentos pasados no debían pesar demasiado en el alma. Debían liberarse, como las mariposas, para que el corazón pudiera volar ligero.

Con el tiempo, Diana se sentó junto a los lirios cada noche de luna llena. Observaba la danza de las mariposas y dejaba que los recuerdos fluyeran. Recordaba a su esposo, a sus hijos, a los amigos que ya no estaban. Y mientras las Mariposas de Cristal se elevaban hacia el cielo, ella sonreía.

Una noche, cuando Diana ya era muy anciana, una mariposa se posó en su mano. Sus alas eran más frágiles que nunca, y su luz parpadeaba débilmente. Diana sintió que esta mariposa llevaba consigo algo especial. Cerró los ojos y dejó que el recuerdo se liberara.

Cuando abrió los ojos, la mariposa había desaparecido. Pero en su corazón, Diana llevaba el recuerdo de su primer amor, de los días de juventud y de la promesa de un futuro lleno de esperanza. Las Mariposas de Cristal habían cumplido su propósito: liberar lo que estaba atrapado en el alma.

Diana murió esa misma noche, rodeada por los lirios blancos y la luz de la luna. Su espíritu se elevó junto a las mariposas, y su último suspiro fue una risa suave. Porque sabía que, al final, los recuerdos eran como las alas de cristal: hermosos, efímeros y libres.

© Roberto R. Díaz Blanco