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La última promesa - Capitulo 2
Era un domingo al mediodía. El sol se sentía fuerte en las calles de San Cristóbal donde no se veía ni un alma. Faltaba poco para que llegara el verano, pero ya se estaba empezando a sentir.

Juli y la Hechicera Austral estaban parados frente a una casona antigua que le faltaba unas cuantas manos de pintura y cuyas ventanas de madera les faltaba mantenimiento. La Hechicera Austral tocó el timbre y una voz malhumorada la atendió como si le hubieran interrumpido el almuerzo. Saraia contestó y al cabo de un rato abrió la puerta una mujer de estatura alta, pelos largos en trenzas de color marrón y ojos grandes oscuros. Vestía un largo vestido de colores vivos y llevaba varios anillos y colgantes.



- Saraia, que raro que vengas en hora del almuerzo un domingo – destacó la mujer que no sonaba tan malhumorada como en el contestador.

- Necesito de tu ayuda – le dijo Saraia.

- Me imagino. No creo que vengas para almorzar. ¿Qué es lo que precisas? – le preguntó la mujer que ignoraba por completo la presencia de Juli.

- Necesito invocar el alma de una persona muerta. Lo que mejor haces vos – Saraia hizo énfasis en estas cinco palabras.

- Me siento halagada, pero no hables así en frente de desconocidos – esta vez la mujer apuntó su uña larguísima a Juli.

- No te preocupes. No te va a hacer nada. Podes confiar en el – afirmó Saraia con un tono firme.

- Si vos lo decís. Jovencito si llegas a revelar algo, vas a sufrir. Mejor que no me conozcas enojada – le advirtió la nigromante a Juli que tragó saliva y asintió nerviosamente con la cabeza.

- Creo que le quedo bien claro. Ahora, ¿me puedes ayudar? – le preguntó la Hechicera Austral que hablaba en un tono bajo para que los vecinos chismosos no escuchen nada.

- Sí, pero hay un problema. Y vos sos la indicada para solucionarlo – la mujer señalo a Saraia quien resopló y pensó “¿Ahora qué?”

- Necesito el último tomo del “Arte de la Nigromancia”. Algo muy fácil para vos - le contó la mujer, cuyo nombre era Idalis.

- ¿Sabes quién lo tiene? – le preguntó Saraia.

- Lo tiene Colmillo, Líder del Clan Noche Eterna – le reveló Idalia. Saraia no se sorprendió al escuchar esto.

- Lo conozco. Un loco obsesionado con hacer de los vampiros seres del día. Recuperaré tu libro – le prometió Saraia y le dio la mano a la nigromante.

- Muy bien. Hasta luego, Arecihceh Lartsua – Juli puso cara de no entender nada después de escuchar cómo se dirigió Idalis a Saraia.

- ¿Por qué te llamó de esa forma en un idioma indescifrable? – le preguntó Juli.

- En señal de respeto. En el mundo escondido, nos dirigimos a personas de renombre en la lengua mágica – le explicó Saraia. En aquel momento Juli reconoció la importancia que tenía Saraia en la comunidad mágica.



La Hechicera Austral meditaba cuando debía atacar la base de operaciones del Clan Noche Eterna. A la noche iban a estar todos despiertos y en su máximo potencial, en cambio, a la mañana iban a estar más cansados y no iban a poder correrla en plena luz del día. El horario ideal para iniciar el ataque era una vez que el Sol saliera por completo.

Otra cuestión a resolver era que armas llevar. No cabía duda de que bombas de estruendo y de sueño eran indispensables para este tipo de asuntos, además de que se iba a tener que enfrentar a varios vampiros. Las bombas de humo no servían ya que los vampiros no se veían afectados por eso. Y no iba a tener que usar el hechizo de teletransportación ya que una vez al aire libre no la iban a poder perseguir. Con todo esto en consideración, la Hechicera Austral iba a recuperar el libro que pidió la Nigromante.

La Hechicera Austral llegó al boliche “Calisto” en cuanto salió el Sol. No había nadie vigilando la entrada ya que había luz, además de que era un lunes y era muy raro que un boliche esté abierto ese día de la semana. “Erba atreup” pronunció la Hechicera y la doble puerta negra se abrió al instante. A tientas, sin saber a dónde se metía, Saraia se adentró en el boliche. No había ni una sola ventana en aquel lugar: estaba en la oscuridad total, a la deriva en medio de un agujero negro. Por suerte, sus muchos años de experiencia y sus luchas contra vampiros le enseñaron a acostumbrarse a ámbitos carentes completamente de luz. Agarró la poción de visión de murciélago, tomó mitad de ella y al instante el iris se le oscureció y la pupila se le puso de un color verduzco. Estaba cerca de los vestidores y los baños de la entrada principal. Haciendo el menor ruido posible, ella se dirigió a la pista principal: no había rastros de ningún vampiro. Ya ni se acuerda la última vez que había ido a bailar, pero las últimas veces que fue a un boliche, fueron por asuntos de vampiros u hombres lobos que se dedicaban a ese negocio por lo general. Cuando se disponía a dirigirse al sector VIP que se encontraba en el piso superior, se le aparecieron dos ojos rojos.

“¿Qué tenemos aquí?” Saraia escuchó una voz que vino de un hombre pálido, pelado, que llevaba puesta una musculosa blanca y un jean ajustado.

“No tengo tiempo para discutir. ¿Sabes lo que tengo en la mano?” Saraia sacó un círculo y el vampiro se rio, confiado de que la Hechicera no iba a hacer nada.

“Jajaja. Estás rodeada. No podés hacer nada” El pelado forzaba su voz para que parezca más grave y para demostrar autoridad. Saraia dejo caer la bomba y una luz intensa cubrió todo el boliche. Aprovechando que los vampiros se cubrían los ojos, la Hechicera corrió a un lado al pelado y ascendió al sector VIP donde abrió un agujero en el techo por el cual entro la luz del Sol.

“Yo no tengo problema en destruir todo el techo del boliche” dijo Saraia que volvió a abrir un agujero más cerca de la posición en la que se encontraban los vampiros. El pelado le hizo con las manos para que se detenga.

“¿Qué quieres loca de mierda?” le preguntó el vampiro y Saraia volvió a arrojar a una bomba cerca del grupo de 10 vampiros que se volvieron a tapar los ojos.

“Mira que tengo más de estas” le amenazó Saraia que le quedaban un par de bombas.

“¿Qué quiere señorita?” el tono de voz sugería incredulidad y burla, pero Saraia no quería alargar más la situación.

“Vengo en busca del último tomo de la Nigromancia” le dijo Saraia y el pelado subió los escalones y entró en una oficina que tenía un letrero que decía “NO PASAR”. Saraia permaneció en el sitio en el que se encontraba ya que la luz solar le brindaba protección. Tenía suerte de que no se encontraba ningún vampiro superior que son los únicos que soportan la luz del sol.

El vampiro volvió después de unos minutos con un libro violeta robusto y degastado y se lo dejo en el piso a la Hechicera para no quemarse. Saraia agarró el libro y se teletransportó, lo cual enfureció a la banda de vampiros que iban a tener que limpiar el desastre que había causado la Hechicera.

Esa misma tarde, Saraia y Juli se encontraron en la casa de la Nigromante para invocar al espíritu de Javo.

- Muy bien. Necesito objetos que tengan un vínculo muy poderoso con la persona fallecida – lo primero que le entregó Juli fue una foto de él y Javo en su último viaje.

- Necesito la mayor cantidad de cosas. Cuantas más cosas tenga, mejor va a salir la invocación – Juli sacó una libreta que es el último regalo que le había hecho su amigo.

- Muy bien. Con esto sería suficiente – Juli se miró el brazalete de color celeste y verde que tenía en la mano derecha y sacó uno igual del bolsillo de su jean.

- Toma – la nigromante agarró los brazaletes y los arrojó en la parrilla junto con las cosas que anteriormente le había dado el joven.

- ¿Con esto es suficiente? – quiso saber Juli.

- ¿Dudas de mis habilidades? – Juli se calló ya que no quería hacer enojar a la nigromante, además de que no le quedaban objetos que tengan una carga emocional fuerte. Solo le quedaban fotos en su celular, el cual necesitaba. La nigromante empezó a mover las manos en círculo, las bajó y las volvió a levantar.

- Oooo, utiripse ed Javier Tenaschi, so ocovni ut aicneserp aroha omsim etodneicerfo sotse solager – una llamarada violeta emergió de los objetos que ya eran historia y, segundos después, empezó a salir humo y a formarse una figura, una figura humana.

- Hola, ¿Dónde estoy? – preguntó la figura de humo que tenía la misma apariencia de Javo.


© Jero Gandini