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Esmero
Lunas tornasol bailan entre la oscuridad de mi hogar; en su coreografía desvergonzada, penetran los rocosos muros y recorren las estancias desoladas. Inevitable es la molestia una vez alcanzan mi reposo; ¿en qué momento tocó nacer con estos feos, grandes y sensibles ojos?

Caducos, los destellos morirán pronto al completarse el amanecer, entre nuevos rayos solares; a la fuerza, quedarán ahogados en el océano de semejantes. ¿No es acaso una multitud, implacable bestia fagocitadora de singularidades?

Mi hogar, abandonado; y al igual que los destellos, corro yo ahora la misma suerte. Entre todos mis iguales me siento perdido; quizás por esta extraña consciencia que se adhirió a mí, quizás por el sentirme diferente.

Izquierda, derecha; giro. Difícil abandonar la muchedumbre, sus rápidos movimientos parecen absorber los míos y ahogar mi sino en la incertidumbre. Escapar del trasiego de la horda se antoja un entuerto, más el fin que llevo conmigo hace que me guíe cierto atrevimiento.

Atrás, más de cien cuerpos de distancia; y en las proximidades de la orilla de mi destino encuentro, con gozo, la cromática luz mágica. No discuto su procedencia, ni tan siquiera el porqué de su extraño aspecto. Me dejo abrazar por el hechizo y lo respiro con fuerza: ya entra el cielo en mí, ya noto el extraño efecto.

Un necesario compromiso; moverse ahora, anormal y titánico trabajo: me impulso, salto, me contoneo y me arrastro. Mil miradas parezco captar con mis andares, se acercan centenares de curiosos; más con mis palabras no hago más que ahuyentarles y expandir el blanco de sus ojos.

Butacas vacías: llego el primero; si una palabra pudiera definirme, esa es esmero. Arribar presto es preferido en cualquier caso: sólo y sin molestias, me dispongo a buscar el mejor sitio del teatro.

Espero, y siento la duda; culpa de los asientos coral y del brillo dorado, del lujo ineludible, del incipiente gentío engalonado. Observo, y siento el temor; fruto de las futuribles altivas miradas, del miedo a ser echado, del no ser digno de esta evocadora morada.

Exasperante sonido; tic, tac. Tras la espera, en mi nuevo y arrinconado sitio, por fin, veo la obra empezar. Aparece ella en escena; y es sólo un instante el necesario, mi corazón comienza a palpitar.

Admiro su anguloso y refinado rostro. Admiro los centrados e hipnóticos océanos encapsulados que tiene por ojos. Su extraña piel se me antoja y se me hace a la vez exquisita; la contemplo ensimismado, mi manchada piel marrón, en comparación, pareciera estar marchita.

Un mar de estrellas sobre su piel, divago sobre el origen de las escamas relumbrantes. De seguro estuvo pescando en el cielo; millares, con sus poderosas redes de arrastre. Mi mirada, y yo mismo, atrapados también en el entramado estelar de su rojiza película. Me río ante la ironía, y sonidos escapan de mi marcada y ancha mandíbula.

Capto su atención, ¡no! Me mira, desconcertada; tira del sedal proveniente de sus ojos: atrae y guía sin remedio los anzuelos clavados en el resto de miradas. Mi escondite revelado: mi cuerpo de metro y medio bajo las butacas, infelizmente hallado.

«¡Por favor, sigan ustedes con la función!», digo causando los primeros gritos de alarma y pese a mi buena educación. «¡No se vayan, no!»; mi musa de piel carmín se desmaya. Incrédulo, observo el caos desatado, el pánico a mi alrededor; y me pregunto con tristeza el porqué de tanto alboroto. Si sólo soy un corazón roto, si no soy más que...

Un mero espectador. ≤°)))))><

© M.K.