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Destino
El comienzo fue perfecto. Conocía de ella solo por referencias lejanas. Algún día –en una llamada que no era para mí- había escuchado su voz en el teléfono. La primera vez que la vi en persona no saque ninguna conclusión, acaso esa debio ser la primera campana de alarma?, pero yo le di otro nombre: indiferencia. Cuando por fin, una noche nos encontramos para cenar, sentí que el tiempo y la charla transcurrían livianos, casi intrascendentes, como una hoja que se mece sobre las aguas. Tampoco hice caso a esa segunda advertencia, ni de la tercera,
cuando en la despedida intente besarla, los labios de ella permanecieron inertes. Salí presuroso, me dirigí a la calle y caminé esperando que la lluvia enfriara mis pensamientos. En el cielo una luna de madrugada, que era de esas que miran con cara de idiota mientras los cuerpos están en bajante, como las mareas, solo me hacía pensar y pensar y uno recuerda
todo lo que no hizo con amigos que ya no están o sueña lo que hará con personas a quienes no conoce. No pensaba en aquel beso.
Transcurrieron varias semanas y casi un verano antes de que volviera a verla y no fue por iniciativa de ninguno de los dos, simplemente una llamada, de nuevo, aterrizo en el sitio equivocado, o habría que decir en el lugar preciso. Suele ocurrir en esos espacios con demasiados teléfonos y demasiadas personas. No supe a ciencia cierta porque la invite por segunda vez, quizá el secreto permanece en mi corazón.
Asi como el destino se oculta en el fondo de las tazas, como la marca del café, un sonido de su voz, una imagen de ella, la escencia de su perfume, un roce de su piel debieron de tejer durante ese tiempo una red sutil en el interior de mi. La trama se consolido en ese encuentro,
se alimento de miradas, de climax, de esos indicios etereos que solo registran el corazón y la piel. Esa noche fue larga y amanecio en un beso.
Hasta allí, yo había sido un barco orgulloso en un mar sereno, mi rumbo me llevaba mas alla del horizonte sin necesidad de reabastecerme. Habia amado, me habían amado, había atravesado las zonas de tormenta con y sin heridas. Cruzaba paisajes, tocaba con levedad
algunas ideas, socorria a algunas embarcaciones en aprietos, era refugio transitorio de algún naufragio y continuaba siempre con la proa al viento. El amor era tornado que solo podía
preocupar a frágiles veleros.
La tercera vez que se encontraron nuestros cuerpos sentí que necesitaba de toda mi piel para
cubrirla, percibi que en mis manos despertaba una memoria dormida, bebi con mis labios licores eternos, alcance con mi sexo refugios sagrados. Perdi mi mente, clausure las brechas que solian convertirme en espectador de mis propios movimientos, extravie la brújula,
navegue a la deriva gloriosa y entre rayos y truenos la sentí viva y presente, constante y
creciente.
En la madrugada del renacimiento comprendi que hasta entonces, la nave no había tenido puerto. La mire en la penumbra, esta ella allí, desnuda completamente, la recorri con besos, deje que ella también lo fuera descubriendo y murmure una frase que floto en el silencio: “ tu
cuerpo es mi cuerpo, me extiendo y navego”. En los días siguientes experimente la eternidad, la felicidad y el miedo, palabras como mente, cuerpo, alma, desnudos, hambierntos, sedientos, pasión, sonrisa, caricias, estremecimiento, vagaban por todo mi ser ahogadas en sangre. Ya no se trataba de indiferencia ante el mar abierto, un puerto es un puerto, justifica el viaje y la esperanza, le da norte a la vida.
Tuve miedo de no llegar nunca, de las tinieblas y la tormenta tuve miedo. Tuve miedo de que en el puerto nadie me esperara, de la leyenda de los puertos fantasmas tuve miedo.
El comienzo del viaje había sido insospechablemente maravilloso, es decir perfecto, sin peligros a simple vista.
Ahora que llegaba comprendi que jamas habría estado aquí si todo no hubiera empezado con su voz en el teléfono, con un beso frustrado, la ausencia de frases como blanco fijo, la falta de apuro por saber el nombre de ella, de haber advertido todo eso, hubiese sabido que este iba a ser otro viaje sin la seguridad de la deriva con el deseo de un muelle seguro.
Pero allí estaba Yo, el hombre que no arriesga, que vive escondiendo sentimientos, que solo puede expresarse en líneas lo que su corazón no es capaz de gritar. Temoroso de confiar, dependiendo de mi falsa vulnerabilidad. Asi estaba, dejándome llevar por el timon. Quizas, y lo pienso ahora, el capitán mas valiente no es siempre el que no elude las tormentas. Me pregunto que sentiría ella? Que ocurriría en su corazón? Interrogo el destino pero uno solo es el dueño de sus propias respuestas y las mias dicen: No hay puertos sin barcos ni barcos sin puertos.