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Días de Fiebre I
Invierno.- Miro el reloj. Son las 8:58 de la mañana. Mi horario de entrada al trabajo es de las 10 mañana en punto. Llegaré tarde al trabajo. ¿Por qué? Bueno, ocupo la mayor parte de mi tiempo en decidirme cómo y cuál será mi vestuario y cabello del día. Para mí, siempre está primero la presentación. Así que, ¡manos a la obra!

Me levanto (o intento) levantarme de la cama, mientras un dolor persistente aparece en mi cabeza, y caigo por accidente.

—¡Ay! —exclamé, tocándome la parte inferior de la cabeza.

Siento a alguien acercarse a la habitación, quizá sorprendido por el ruido que he hecho al levantarme y fallar. Giro la cabeza y lo miro. Es él. Aquel muchacho alto, de ojos perfilados y asiáticos, que ama jugar con su liso cabello...

Es mi novio. Tomás.

—Mi vida, mi amor —me susurra mientras se acerca a una versión de mí muy débil—. Estaba en la habitación y me parece que has caído. Cuéntame.

Tomás. Ahora mismo está sentado en la cama, mientras toma de mi pálida cara con sus manos. Acaricia mis mejillas.

—No es nada, mi amor. Nada. Pensé haber visto algo y de ahí el ruido que escuchaste. ¿Sí? —le sonrío, probando mi suerte si es que me creería o no.

La verdad es que no estoy bien. El dolor se está haciendo muy palpitante, pero una pastilla cesará todo este enredo de dolores. Claro, esto me lo digo a mí misma pero nunca se lo diría a Tomás. Él se fija hasta en los mínimos detalles. Me conoce completamente.

Tomás pone sus ojos en los míos, y dios mío, ¡siento que me voy a derretir con esa mirada que tiene! ¿cómo lo hace? Aún estando débil, él es capaz de conseguirlo.

Tomás sonríe tristemente:
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