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La Gran Joya
Me hallaba en las profundidades de una cueva, atraído por relatos de una joya legendaria al final de esta. Se decía que la joya era de una belleza tan inigualable que quien la poseyera caería en una maldición de amor eterno.

Mi camino estaba lleno de oscuridad y humedad, solo interrumpido por el resplandor de mi antorcha. Si no fuera por ella, ya me habría precipitado en un abismo que se encontraba a pocos pasos de mí. Tuve que superar obstáculos como densas rocas, pasadizos secretos y un laberinto complicado. Finalmente, llegué a una escalera de piedra que conducía a un altar, sobre el cual descansaba una gema carmesí con forma de corazón: La Gran Joya.

Inspeccioné los escalones en busca de trampas antes de ascender cautelosamente. Al llegar a la cima, quedé maravillado por la belleza del premio que estaba a punto de reclamar. Con cuidado, tomé la joya en mis manos. En ese instante, la tierra comenzó a temblar y las paredes se desmoronaron. Descendí rápidamente y corrí con todas mis fuerzas, sosteniendo la joya firmemente.

Después de correr hasta sentir mi corazón latiendo en mi garganta y sortear los caminos ya conocidos, finalmente pude ver la salida. A pocos metros de ella, salté con todas mis fuerzas y caí boca arriba justo fuera de la entrada. El polvo fue expulsado por el impacto de las rocas al bloquear la entrada. Me levanté con dificultad pero lleno de alegría. La Gran Joya era mía.

Un hombre que había presenciado la escena me miró con escepticismo.

—¿Y eso qué es? —preguntó señalando con su dedo.
—El corazón de mi amada.
—Pero eso es imposible.
—Eso mismo pensaba yo.
© Benjamin Noir