En el corazón de la ciudad, donde los rascacielos cortaban el cielo, existía un edificio gris adyacente a un bullicioso mercado. Allí se encontraba la empresa "Eficiencia Total", una compañía que se jactaba de ser el epítome del ambiente laboral eficiente. Sin embargo, para David, un analista financiero de 35 años, trabajar allí era más bien una condena. La "maldición del salario" lo perseguía a diario, una sombra que le recordaba que, aunque la vida giraba en torno al dinero, el dinero nunca le había dado verdadera felicidad.

Cada mañana, David se despertaba a las 6:30 am. El despertador sonaba, y con él, un sentimiento de resignación se apoderaba de él. Se duchaba rápidamente, se vestía con un traje que había visto mejores días y se preparaba un café que sabía a plástico. Su desayuno era una pieza de fruta, que consumía mientras hojeaba las noticias sobre la fatalidad de la vida laboral en su país. A cada noticia, una punzada de frustración se intercalaba en su rutina.

El trayecto al trabajo se volvía cada vez más pesado. Las calles estaban llenas de gente, muchos con caras de desánimo, atrapados en un ciclo que parecía no tener fin. Era una imagen reflejada en su propia vida; se sentía parte de una masa homogénea, donde cada persona luchaba con sus propias batallas invisibles.

Llegaba a la oficina y el ambiente, aunque moderno, era opresivo. Luz fluorescente que iluminaba las caras cansadas de sus...