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Parte 3: El colapso y el suicidio
La muerte es un amante silencioso. No reclama con gritos ni con súplicas, sino con un beso helado que sella los labios para siempre. Y allí estaba ella, tendida en mis brazos, dormida en un sueño del que nunca despertaría.

Pero yo aún la sentía viva.

Oh, su piel… su piel aún conservaba el calor de los últimos suspiros. Sus labios, aunque pálidos, parecían dispuestos a pronunciar mi nombre una vez más.

—Mírame… —murmuré, acariciando su mejilla—. Dime que fue un error, dime que nunca quisiste dejarme…

La miré con devoción, con esa misma ternura que una vez me condenó. Y ella me miró de vuelta.

No se movió. No habló. Pero en su quietud encontré las palabras que necesitaba.

"Siempre te amé."

Sí, sí, eso era. Siempre me amó. Todo...