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Monólogo de prueba, versión 1
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Aún no puedo estar seguro de lo que me espera tras la muerte, o de si, si quiera, es que vaya ho a morir. Lo único que he tenido claro y por seguro, mi entera vida, es que solo existen dos verdades universales a todo lo que una vez traté de comprender y al mundo donde sin ánimo pretendía vivir, cansado, hasta que se acabase mi contemplación y acabase mi vida. Como así sucedió estando yo en esta esquina, en esta calle de metal corroido, en la ciudad más olvidada de toda la corporación, con la piel agrietada por la mugre aceitosa que impregna hasta la última virginidad de los barros sobre los que se cicatrizó esta calle.

La primera de esas verdades, es, la nada, todo lo que no es y que, no pudiendo ser; se hace realmente verdadera. Es pues, inalcanzable, pues no hay característica ni propiedad amparada a ella, y es también, a lo que ahora aspiro. Temo, a lo que el final me conducirá y sé, al menos por cómo se me ha educado, que no merezco nada mayor a la nada y si ello un castigo. En la decadencia de mi situación blasfema esa es mi ambición.

La segunda de estas verdades, es, pues, el mismo...