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Mariposa
Caminaba con libertad, destilando belleza a su paso, risueña ante el vendaval que dificultaba su avance por el andén. Tenía alma de mariposa, pequeña, color flor de cerezo; un rosado destello de esperanza manifiesto en su luminosa sonrisa. La lluvia azotaba con fiereza la estación, pero ella avanzaba alegre, sosteniendo con su mano izquierda la maleta, y con la derecha el paragüas cerrado, aquel con pequeñas mariposas impresas en toda su extensión.

Bajo la corniza, protegido de la tempestad por su sobrio paragüas negro y su abrigo, esperaba un hombre alto, achicado bajo la pesadumbre. Encorvado, observaba con hastío las salpicaduras que la tormenta había dejado sobre sus zapatos recién lustrados, apresurado por el incesante tictac del reloj de su bolsillo.

Fue pisoteando los charcos con sus botas amarillas que aquella mariposa llegó a su lado. Mirando hacia arriba, le sonrió infantilmente, con los cabellos húmedos adheridos a la cara.

Estoico, consciente de la permanente presión que el tiempo ejercía sobre él, el hombre se agachó a su altura. En lugar de corresponder a la sonrisa, echó una campera sobre sus hombros bruscamente, y sujetándola de la nuca con tosquedad, la resguardó bajo el paragüas.

La mariposa, dolida, bajó la mirada con tristeza mientras la sonrisa inocente se desvanecía de sus labios. El hombre miró su reloj una vez más antes de arrastrarla hacia el coche que los llevaría nuevamente a la ciudad.

Para algunos las mariposas no son más que insectos.

© Sanctum