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Macabre Castellum (capítulo 3) La escalera
(“leer antes las dos partes anteriores”)

La subida de las escaleras se estaba haciendo eterna, por cada peldaño que lograba subir parecía que diez más se alzaban por delante de nuevo, lo que había percibido como un pequeño tramo de escaleras se estaba tornando una subida larga y fatigosa.

Me detuve y miré a mi espalda, el tramo de escalera que había dejado atrás apenas constaba de unos metros, pero la sensación de haber avanzado de forma constante no cuadraba con el pequeño tramo recorrido, sentía que por más escalones que subiese, por más que insistiese en avanzar en pos de la puerta de entrada, no avanzaba, me sentía anclado en un punto fijo del tramo de escalones, era como avanzar por una cinta ergométrica.

La lluvia, fría, de gotas redondas y grandes, no cesaba de caer insistente, mi cuerpo al igual que mi ropa estaban empapados, la suave brisa fresca que recorría el bosque erizaba mi piel, me causaba escalofríos.

mientras perdía la mirada en la copa de los arboles que adornaban el escenario hasta donde alcanzaba la vista, con una cortina de agua proveniente de ese encapotado cielo gris, no pude evitar recordar el mito de Sisifo.

Me sentía reflejado en aquel Rey de Éfira mientras no cesaba en mi empeño de alcanzar la puerta de la vivienda.
Sísifo había sido condenado por Zeus a cargar una gran roca, montaña arriba, hasta que al llegar a la cumbre, la roca caía de nuevo de vuelta al incio, y el agotado Rey, tenía que volver nuevamente a los pies de la montaña y repetir la misma operación por los siglos de los siglos.

Yo no cargaba una roca, no una roca material al menos, pero el peso del recuerdo puede tornarse más pesado que la roca más grande del universo, quizá esa escalera era mi propia montaña y tener que subir por ella cargando con mis traumas mi propio castigo.

¿Y sí tras llegar a la puerta volviese a encontrarme de nuevo en el inicio de la escalera?.
¿Volvería a poner mi pie en el primer escalón para subir de nuevo, pese a ser plenamente conocedor del absurdo del intento?.
Probablemente lo haría de nuevo, las veces que hicieran falta, no quedaba más remedio que aceptar el absurdo.

Una gota helada de agua de lluvia resbaló por mi frente hasta introducirse dentro de uno de mis ojos, moví la cabeza saliendo de aquel pensamiento y pasé mis manos por mi rostro en un intento vano de secarlo.

Tras el leve parpadeo, al abrir de nuevo los ojos, ante mí, deteriorada y con inicios de podredumbre, se hallaba la puerta de madera de la entrada a la casa.

-No queda más remedio que aceptar el absurdo.
Susurré para mí mismo sin darle mas vueltas, exhalando un suspiro largo
Que desprendió un vaho blanquecino que se se elevó junto a la brisa del bosque.

Es hora de entrar a la casa…

Continuará…

© M.Aokigahara