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Alter ego 4
4 El voz de corneta
Asistir a la escuela jamás fué algo que yo hiciera con devoción, normalmente cada mañana me costaba trabajo levantarme; pensar en un nuevo día igual al anterior: con bullyin, timidez, miedos irracionales, inseguridades en mi mismo no me alentaba mucho a querer seguir con mis metas y propósitos, más aún así lo hacía por pensar en un mejor futuro. Pero ese día fué diferente, quería que la noche acabara pronto para irme de Nuevo a la escuela y quizás ver a Lorena nuevamente.

Al día siguiente me desperté más temprano de lo habitual, desperté porque los rayos de luz empezaban a iluminar directamente a mi rostro. Amanecí con la sensación de que sería un gran día, bajé a la cocina y preparé mi desayuno después de que me puse mis ropas para la escuela.
Pude ver a mi madre por la ventana recogiendo la basura, al parecer los perros habían volcado el contenedor. Tomé el cereal y me dispuse a comerlo, tenía antojo de algo ligero, tomaba mi desayuno a la vez que leía las letras al reverso de la caja, al terminar de desayunar entró mi madre quien se sorprendió al verme despierto a esa hora, se acercó a mí por mis espaldas y me acarició la cabeza como a un cachorro.
—Buenos días, despertaste temprano. Venía a prepararte tu desayuno pero veo que no es necesario—
Me dijo, siempre con esa actitud tan alegre y positiva, a veces quisiera haber heredado su actitud para ver la vida de la misma manera que ella lo hace. Acercándose más a mí me dio un beso en la cabeza.
—Tenía hambre y me hice un cereal con leche—.
Agregué (nunca he sido bueno cocinando, suelo quemarme o hacer un desastre en la cocina)
—Me parece muy bien, no siempre voy a estar para poder hacerles de comer—.
Me dijo dirigiéndose al refrigerador y sacando un par de huevos y tocino para preparar su desayuno y el de mi padre, quien aún no se levantaba.
Subí a mi habitación a arreglarme y lavarme los dientes, arreglé mi cama y me dió tiempo de leer un poco. Me faltaban cuatro páginas para terminar una novela que había comenzado a leer hacía unas semanas.
Llegó el momento de irme y me despedí de mi madre, quien me despidió con un beso en la mejilla.
Llegué a la esquina donde tomaba el autobús y no tuve que esperar mucho a que pasara. Llegó el autobús y salí dispuesto a buscar un asiento, estaban la mayoría desocupados, así que no me fue difícil encontrar uno disponible, el de enfrente estaba vacío así que tomé ese lugar, puse la mochila a mis pies y volví a poner la música en mis auriculares.
El autobús se llenaba en cada parada pero nadie se sentaba al lado mio, parecía que me evadían, pareciese qué yo llevaba puesto un repelente de personas. Llegamos a otra parada y subieron dos muchachos y una muchacha, buscaban un lugar libre pero ya estaban casi ocupados todos, uno de ellos de cabello rubio se sentó al lado mío al no encontrar otro lugar disponible, noté que su cabello rubio era teñido y no natural, era muy serio en su comportamiento, pero parecía agradable, su cara parecía mostrar una leve sonrisa en todo el camino.
Llegamos al colegio y bajé rápidamente en busca de mi salón, al llegar a mi salón no había ni la mitad de los estudiantes que solía haber los días pasados, llegué y puse mi mochila en mi asiento y me salí a merodear por los pasillos, me sentía más incómodo al estar en el salón con aquellos escasos estudiantes que estar en los pasillos.
Empecé a subir el segundo piso para conocer mejor, comenzaban a bajar algunos mientras otros subían, supongo que al igual que yo salían de su salón tan solo para matar el tiempo. En eso vi un grupo de jóvenes de la tribu emo, tres muchachas y tres muchachos, parecían llevarse bien, veía a la mayoría de estudiantes tener amistades, tal vez yo era de los pocos que no conocían a nadie.
Subí el piso y seguí caminando por el pasillo cerca del salón de química y geografía que estaban uno en frente del otro.
Después un grupo de estudiantes de tres muchachos y una muchacha iban caminando de frente hacia mi mientras platicaban, uno de ellos llevaba lentes oscuros, mostraba una actitud del típico fantoche del grupito. Este mismo, al verme pasar junto a él me saludó por mi nombre
—¡Que tal Javier!— pero yo no sabía de quien se trataba,
pero al parecer él si me conocía.
Me detuve a saludar, se quitó las gafas de sol y me extendió su mano y lo saludé, mi experiencia pasada me había enseñado a saludar correctamente a él y los que le acompañaban.
Era Joss el hermano de un amigo de mi hermano, nunca fuimos amigos pero me agradaba hasta que empezó a llamarme por mi apodo.
—¿Conociendo el campus, novato?—
—Sí—
Le respondí seriamente, él me puso su mano derecha sobre mi hombro y dirigiéndose a sus acompañantes añadió: Este chavo que ven aquí se llama Javier, es un viejo conocido, su hermano y mi hermano son amigos y también es un buen amigo mío, así que no quiero que lo molesten, es un buen chico y muy educado, así que no quiero que se metan con él, porque se meterán también conmigo—.
Concluyó mirando a los chicos que lo acompañaban, nuevamente quedé perplejo pues no esperaba que él dijese eso y no supe si se trataba de una broma o que era lo qué estaba ocurriendo, ya eran dos ocasiones que me ocurría algo similar en la misma semana. ¿sería posible que la gente cambie de actitud con el tiempo?
Tal vez mi destino había sido cambiado por la fuerza del universo.
—Somos buenos amigos. ¿verdad?—
Añadió, me quedé esperando unos segundos una respuesta de alguno de sus acompañantes, no me percaté que se dirigía a mí.
—Ammm. Sí—
Respondí dudoso al notar que ellos esperaban una respuesta mía.
—Ahora mi buen amigo, vamos a dar una vuelta por la prepa para que la conozcas mejor. ¿aceptas?—
Me había invitado a recorrer las instalaciones del campus,no quise quedar mal y asentí.
Sus amigos eran muy agradables por lo que pude ver, tenían conversaciones sanas y eran muy risueños y no eran mal hablados, lo cuál hizo que me sintiera en mi zona de comfort. Me preguntaban cosas mientras bajábamos las escaleras y yo respondía sin problema.
Llegamos al piso de abajo, por un pasillo que llevaba al gimnasio, entramos por una puerta grande y pude ver que el gimnasio era enorme, una gran cancha de baloncesto, las gradas con un montón de escaleras que a la ves servían de asientos, solo las dividía un espacio en medio para facilitar la entrada, llegamos a la primer grada y nos sentamos. En la grada de arriba Estaban dos muchachos platicando, pensé que serían una pareja de enamorados.
—¿ Y que ha sido de tu hermano? Hace mucho tiempo que no lo he visto—
—¿Alonso? Pues ahorita esta viviendo en Colorado Springs, está estudiando allá. O más bien dicho, para allá se lo llevó la novia—
Me di la libertad de bromear un poco: lo sentí conveniente.
—¡Míralo! En los Estados Unidos el chico. ¿Quien es la novia?—
—Sí — Asentí.
—Es la hija del profesor Mateos, el profe de matemáticas de la secundaria—
—¿En serio? ¿Se casó con Laurita Mateos?—
—Sí—
Respondí yo
—¡Que suertudo!—
Pronunció y la chica que les acompañaba le dió un zape en la nuca, era obvio que estaba celosa, tal vez era su novia, aunque no se comportaran como tal, sus amigos rieron y yo no pude evitar sonreirme.
—Y tú, mi buen amigo ¿para cuando?—
Siempre he odiado que me hagan ese tipo de preguntas
—Al rato—

Le respondí.

—La verdad primero quiero tener una carrera antes de pensar en tener una relación con alguien—
Él hizo un gesto de aceptación.
—Pues me parece bien tu forma de pensar. ¿Ya sabes que carrera vas a estudiar?—
—Estoy algo indeciso. Je, je (reí con risa nerviosa y titubeante) me gustaría estudiar diseño gráfico, aunque tambien me llama la atención la fotografía, informática... Ammmm no sé qué más—
—Entiendo, así estaba yo cuándo entré a la prepa—
añadió un amigo suyo.
—Y hasta la fecha sigues sin saber que hacer con tu vida—
Dijo el otro bromeando, me gustaba ver amistades como las de ellos: Todo iba normal, las clases estaban por empezar y yo ya estaba ansioso porque nos fuéramos a clases.
—En tu adolescencia tenías un apodo. ¿te acuerdas? ¿ como era? ¿El voz de corneta, cierto?— sus amigos lanzaron una risa leve.
—Sí—.
Le respondí — Tú eras uno de los que me llamaba así—
mi temor se había hecho realidad, solo esperaba a que él no recordara mi vergonzoso apodo, pero tenía que hacerlo público.
—¿Te siguen llamando igual?—
Me preguntó, era obvio que lo hacía para avergonzarme, ya estaba creyendo que había cambiado su forma de pensar y de ser con el tiempo, solo me quedó la opción de negar con la Cabeza.
—Ya no me dicen así, solo fué cuándo estaba más joven— aclaré.
—¿Porqué te llamaban así?—
Preguntaba la chica, quien estaba cruzada de brazos.
—Cuando estaba en mi adolescencia mi voz empezó a cambiar y sonaba raro: me empezaron a llamar así, y así se me quedó en la secundaria por al menos el primer año, pero ahora ya nadie me dice eso—.
—Tu voz era muy graciosa, sonabas como una trompeta, como una corneta.— bromeó nuevamente.
— Lo que me parecía gracioso es que nadie te conocía por tu nombre sino por tu apodo; el voz de corneta. Ja, ja, ja—.

Yo estaba tan avergonzado que no quería que nadie me viera, pero tenía todas las miradas puestas sobre mí. Quería desaparecer.
—Vámonos, ya va a ser hora de entrar—
Le dijo uno de sus amigos, así que nos levantamos de nuestros lugares, yo estaba tan distraído en el momento que no me percaté que en la parte de arriba de las gradas estaba Lorena con un muchacho quien sospeché era su novio, me sentí aún más avergonzado al saber que ellos también habían escuchado mi absurdo apodo, ella me miraba de vez en cuando y empezaron a bajar las escaleras cuando nosotros tuvimos que irnos.
Seguimos hacia nuestras clases y ya todos iban por el pasillo a toda prisa para no llegar tarde, aunque iba con ellos los perdí al mezclarnos con los demás estudiantes que iban y venían , a corriente y contracorriente.
La peor etapa de mi vida, que era la adolescencia y mi estancia en la escuela secundaria me habían dejado secuelas qué de vez en cuando salían a relucir como un grano o espinilla, cuando comes un chocolate o un mantecado, lo consumes sin pensar que eso traerá consecuencias, pero al pasar los días una enorme erupción se hace visible en la parte más notoria de tu cara; en la frente: el labio, la nariz las mejillas. Así me ocurría a mí, mi mente parecía estar tranquila pero en ocasiones mi instinto de supervivencia me despertaba mis temores del pasado y me hacía actuar de forma extraña, ya sea obligarme a huir del lugar en que me siento incómodo o empezar a temblar inevitablemente, son cosas que hasta la fecha no he logrado superar.
© Manuel Andrés Pérez