Capítulo 17
Sky
Para cuando me doy cuenta de la hora, calculo que debo haber estado 2 ó 3 horas garabateando en el diario. Escribí sobre mi madre, sobre lo que siento desde que no tengo a mis abuelos y, de alguna manera, comencé a escribir sobre Alex. Me sorprende ver que solo llevo “escritas” 3 páginas y media. Digo “solo”, porque resulta poco para todas las emociones que he puesto en él; digo “escritas”, entre comillas, porque, sobre todo la parte de Alex, es mayormente su nombre con diferentes caligrafías, entre interrogantes plasmadas en cualquier dirección que me permiten los espacios en blanco.
Decido no bajara a comer, me ducho rápidamente y me pongo el pijama. En el pasillo me cruzo con mi madre; parece que va a decir algo, pero su cara enfadada me advierte de que serán más reproches. Así que la esquivo hábilmente y me encierro en mi habitación: mañana será otro día.
Me despierta la claridad del nuevo día y abro los ojos a un sábado con S de “solo quiero que nadie me moleste”. Bajo a la cocina, porque mi estómago me está pidiendo que coma algo urgentemente; normal, me pasé casi todo el día de ayer sin comer. Nota mental: “No puedo seguir pasando mis días prácticamente en ayunas o paparé teniendo una úlcera estomacal”. Supongo que cualquier cosa del refri estará bien para mí ahora. Me dispongo a abrirlo, cuando una nota de mi madre pegada a la puerta llama mi atención. En ella me anuncia que no sabe cuánto tiempo estará fuera de casa: tiene que trabajar hoy, gracias a que ayer salió antes del trabajo por mi culpa. “Pues sí, mamá… para tu información, el calentamiento global también es culpa mía.”
En fin, muero de hambre; mi madre que piense lo que quiera y llegue cuando le plazca. Abro el refri y busco con la vista algo que me pueda comer. Agarro una manzana para ir aplacando a mi furioso estómago mientras elijo los ingredientes para preparar el sándwich perfecto y… me interrumpe el timbre esta vez. Lanzo un suspiro...
Para cuando me doy cuenta de la hora, calculo que debo haber estado 2 ó 3 horas garabateando en el diario. Escribí sobre mi madre, sobre lo que siento desde que no tengo a mis abuelos y, de alguna manera, comencé a escribir sobre Alex. Me sorprende ver que solo llevo “escritas” 3 páginas y media. Digo “solo”, porque resulta poco para todas las emociones que he puesto en él; digo “escritas”, entre comillas, porque, sobre todo la parte de Alex, es mayormente su nombre con diferentes caligrafías, entre interrogantes plasmadas en cualquier dirección que me permiten los espacios en blanco.
Decido no bajara a comer, me ducho rápidamente y me pongo el pijama. En el pasillo me cruzo con mi madre; parece que va a decir algo, pero su cara enfadada me advierte de que serán más reproches. Así que la esquivo hábilmente y me encierro en mi habitación: mañana será otro día.
Me despierta la claridad del nuevo día y abro los ojos a un sábado con S de “solo quiero que nadie me moleste”. Bajo a la cocina, porque mi estómago me está pidiendo que coma algo urgentemente; normal, me pasé casi todo el día de ayer sin comer. Nota mental: “No puedo seguir pasando mis días prácticamente en ayunas o paparé teniendo una úlcera estomacal”. Supongo que cualquier cosa del refri estará bien para mí ahora. Me dispongo a abrirlo, cuando una nota de mi madre pegada a la puerta llama mi atención. En ella me anuncia que no sabe cuánto tiempo estará fuera de casa: tiene que trabajar hoy, gracias a que ayer salió antes del trabajo por mi culpa. “Pues sí, mamá… para tu información, el calentamiento global también es culpa mía.”
En fin, muero de hambre; mi madre que piense lo que quiera y llegue cuando le plazca. Abro el refri y busco con la vista algo que me pueda comer. Agarro una manzana para ir aplacando a mi furioso estómago mientras elijo los ingredientes para preparar el sándwich perfecto y… me interrumpe el timbre esta vez. Lanzo un suspiro...