Capítulo 27
Sky
La ansiedad me está matando. Ya no puedo más. Necesito verlo, hablar con él, abrazarlo, que me bese… maldita la hora en que se me ocurrió la “magnífica” idea de dejarle mi móvil a Érika. Extraño demasiado a Alex y muero de ganas de estar a su lado.
Bajo al salón y agarro el teléfono de la casa, decidida a marcar el número de la suya. ¡Necesito tanto oír su voz!
Justo cuando voy por el quinto dígito, mi madre me sorprende:
—¿Qué crees que estás haciendo, señorita?
—No aguanto más— le digo con desesperación, —¡tengo que hablar con él!
—No, no, no— me dice ella al tiempo que avanza hacia mí y me quita el teléfono de las manos. –Me pediste muy insistentemente que no te permitiera llamarle mientras estuviéramos aquí. Mencionaste algo de tu fuerza de voluntad, tu necesidad de pensar en lo que vas a hacer cuando vuelvas al colegio y todos se te queden mirando, y el hecho de que hablar con Alex acabaría con tu autocontrol y te llevaría a regresar antes de tiempo y hacerlo todo mal.
¡Rayos! La mujer tiene razón, y muy buena memoria, debo añadir: recuerda textualmente cada una de las palabras que dije. “Estúpida Sky racional que intentas a toda costa superar tus patéticos traumas,” me maldigo a mí misma mentalmente.
Ya casi estoy en las escaleras para volver a mi habitación, cuando la voz de mi madre me detiene nuevamente:
—Él también te echa mucho de menos, si quieres saberlo…
—¿¡En serio?!— digo demasiado emocionada y añado tratando de disimular mi emoción: —¿Y tú cómo lo sabes?
—¡Oh, vamos, Sky!— me dice mi madre con esa mirada de “te—conozco—estuviste—nueve—meses—en—mi—vientre” que supongo que todas las madres saben poner. —¿Crees que no sé que me espías cada vez que hablo con él por teléfono?
Es verdad. Desde el día siguiente a llegar aquí, descubrí que mi madre hablaba con Alex por su móvil. Se les hizo costumbre todos los días charlar unos minutos y a mí escuchar a escondidas lo que mi madre le respondía, básicamente cosas como: “ella está bien” “la noto más tranquila” y así por el estilo. Sin embargo, saber que Alex le ha dicho que me extraña… es otro nivel.
—¿Y por qué hablan tanto ustedes dos?
—Porque él es igual de patético que tú y está que se trepa por las paredes de la desesperación de no poder verte. Sin embargo, dice que entiende que necesitabas este tiempo a solas y que se siente orgulloso de lo fuerte que eres y lo decidida que estás a no dejar que nadie te arruine la vida. Y que él también está contando los días para verte de nuevo.
—¿En serio te ha dicho que me extraña?— le digo acompañando mis palabras de una sonrisilla que debe hacer que mi cara se vea de lo más tonta ahora mismo.
—¡Sí! Es prácticamente lo único que dice en toda la conversación. Y no para de preguntar cuándo volveremos. Ya le...
La ansiedad me está matando. Ya no puedo más. Necesito verlo, hablar con él, abrazarlo, que me bese… maldita la hora en que se me ocurrió la “magnífica” idea de dejarle mi móvil a Érika. Extraño demasiado a Alex y muero de ganas de estar a su lado.
Bajo al salón y agarro el teléfono de la casa, decidida a marcar el número de la suya. ¡Necesito tanto oír su voz!
Justo cuando voy por el quinto dígito, mi madre me sorprende:
—¿Qué crees que estás haciendo, señorita?
—No aguanto más— le digo con desesperación, —¡tengo que hablar con él!
—No, no, no— me dice ella al tiempo que avanza hacia mí y me quita el teléfono de las manos. –Me pediste muy insistentemente que no te permitiera llamarle mientras estuviéramos aquí. Mencionaste algo de tu fuerza de voluntad, tu necesidad de pensar en lo que vas a hacer cuando vuelvas al colegio y todos se te queden mirando, y el hecho de que hablar con Alex acabaría con tu autocontrol y te llevaría a regresar antes de tiempo y hacerlo todo mal.
¡Rayos! La mujer tiene razón, y muy buena memoria, debo añadir: recuerda textualmente cada una de las palabras que dije. “Estúpida Sky racional que intentas a toda costa superar tus patéticos traumas,” me maldigo a mí misma mentalmente.
Ya casi estoy en las escaleras para volver a mi habitación, cuando la voz de mi madre me detiene nuevamente:
—Él también te echa mucho de menos, si quieres saberlo…
—¿¡En serio?!— digo demasiado emocionada y añado tratando de disimular mi emoción: —¿Y tú cómo lo sabes?
—¡Oh, vamos, Sky!— me dice mi madre con esa mirada de “te—conozco—estuviste—nueve—meses—en—mi—vientre” que supongo que todas las madres saben poner. —¿Crees que no sé que me espías cada vez que hablo con él por teléfono?
Es verdad. Desde el día siguiente a llegar aquí, descubrí que mi madre hablaba con Alex por su móvil. Se les hizo costumbre todos los días charlar unos minutos y a mí escuchar a escondidas lo que mi madre le respondía, básicamente cosas como: “ella está bien” “la noto más tranquila” y así por el estilo. Sin embargo, saber que Alex le ha dicho que me extraña… es otro nivel.
—¿Y por qué hablan tanto ustedes dos?
—Porque él es igual de patético que tú y está que se trepa por las paredes de la desesperación de no poder verte. Sin embargo, dice que entiende que necesitabas este tiempo a solas y que se siente orgulloso de lo fuerte que eres y lo decidida que estás a no dejar que nadie te arruine la vida. Y que él también está contando los días para verte de nuevo.
—¿En serio te ha dicho que me extraña?— le digo acompañando mis palabras de una sonrisilla que debe hacer que mi cara se vea de lo más tonta ahora mismo.
—¡Sí! Es prácticamente lo único que dice en toda la conversación. Y no para de preguntar cuándo volveremos. Ya le...