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El legado de los piqueros. Capítulo 2: Estación Unare


La misma ansiedad surgida en el transcurso de mi comparecencia se mantuvo como un estorbo incesante en mi cabeza, atentando mi habilidades para conducirme con afabilidad frente a mis interlocutores con los que pudiera tropezar durante mi itinerario.

Hasta ahora el propósito de la misión no había presentado intenciones para su nulidad. Mi denostación ante el Consejo no fue de mucha ayuda.

La aldea de Murgua —y esto era de mi conocimiento—, en el ciclo en curso, era paradójico considerarla como elemento próximo al amedrentamiento en contra de la estabilidad política de la Capital. Su ánimo marcial había sido menoscabado por la fuerza, y para convalidarlo, en la consagrada hoploteca tutelada por los ancianos, han permanecido a su resguardo, una retahíla de dosieres remitidos por nuestras legiones y que ofrecen luces para tal inferencia. Acá un extracto de los susodichos informes:


Dosier del campo de batalla.
Nombre clave: Pica rota.
Gral. de Tropa, Ignario Certez.

Las probabilidades para que estos rebeldes enhiesten las armas contra nuestra magnífica Capital son nulas, ya que no disponen de mecanismos para su fabricación, de eso nos encargamos. Las oportunidades de las batidas han sido certeras, y los números requeridos en favor a la merma de los piqueros, hasta el momento, son satisfactorios. Además, ampliamos la toma de la aldea al desmantelar sus técnicas de crianza de unas bestias de hábitos briosos y que montaban los piqueros para el choque; recuerdo que estos númidas las llamaban dantauros. Las redujimos a la inexistencia desechando de una vez aquel enigma que nos fue develado y que conectaba con sus mitos, y que refiere sobre el ofrecimiento de aptitudes que exceden los términos de la naturaleza al encaramar a sus lomos. Vimos...