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El Canto de Sukyo y el Corazón Errante de Breist
En las tierras encantadas de Yoruza, cubiertas de bosques que susurran secretos ancestrales y rodeadas por aguas que reflejan el cielo como un espejo roto, vivía una sacerdotisa de singular belleza y poder. Sukyo, mitad humana, mitad zorro, poseía ojos, oreja y colas de color de brasas vivas que brillaban bajo la luz de la luna.

Sukyo no solo era guardiana de los antiguos templos de Yoruza, sino también mediadora entre los espíritus del bosque y su pueblo. A pesar de su conexión con el mundo espiritual, Sukyo se sentía a menudo solitaria, pues su corazón ardía con un fuego que ningún habitante de Yoruza parecía comprender.

Un día, mientras la isla se encontraba envuelta en la suave niebla del amanecer, un extraño arribó a sus costas. Breist, un joven de tierras lejanas, había naufragado mientras buscaba nuevas rutas comerciales. Con su cabello tan anaranjado como una naranja recién cosechada y sus ojos llenos de asombro, Breist se maravilló ante la magia palpable que impregnaba la isla de Yoruza.

Los primeros encuentros entre Sukyo y Breist estuvieron marcados por la curiosidad y la cautela. Ella, conocedora de los peligros que acechaban en las sombras del bosque, temía por la seguridad del intrépido extranjero. Breist, por su parte, fascinado por la belleza y la gracia de Sukyo, deseaba aprender más sobre su cultura y sus poderes.

A medida que las estaciones cambiaban, los desafíos se presentaron. La isla de Yoruza, aunque majestuosa, escondía criaturas y espíritus que no veían con buenos ojos la presencia de un forastero. Sukyo tuvo que enfrentarse a los espíritus del bosque para defender a Breist, quien a su vez, luchaba por adaptarse y respetar las antiguas tradiciones de la isla.

El amor entre Sukyo y Breist creció a medida que compartían aventuras y desafíos. El corazón de la sacerdotisa, que brillaba con la intensidad de las brasas, encontró en el joven un espíritu igualmente ardiente y aventurero. Breist, enamorado no solo de Sukyo sino también de Yoruza, aprendió a comunicarse con los espíritus de la isla y a respetar su equilibrio delicado.

Con el tiempo, los habitantes de Yoruza llegaron a aceptar a Breist, viendo en su amor por Sukyo un puente entre su mundo y el exterior. La pareja, a través de su unión, fortaleció los lazos entre los humanos y los espíritus, asegurando así la prosperidad y la paz en la isla por muchas generaciones.

Sukyo y Breist, a pesar de los retos y las diferencias, demostraron que el amor verdadero no conoce de límites ni de formas, y que incluso en un mundo de magia y misterio, el corazón humano, ya sea completamente humano o mitad zorro, siempre encontrará su camino hacia otro corazón resonante.

© Benjamin Noir