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"El Consejo de los Siete"
En las profundidades del Gran Bosque de Aethel, donde los árboles susurraban secretos ancestrales y los ríos reflejaban el cielo, se alzaba el Concilio de los Siete. En este lugar místico, siete seres de diversa naturaleza se reunían para guiar el destino del mundo.

Al frente estaba Aella, una elfa de ojos plateados y mirada penetrante. Su piel era como la nieve y su voz, como el susurro del viento. A su lado, el mago Aethelred, con su larga barba blanca y sus ojos que brillaban con una sabiduría ancestral, estudiaba las constelaciones celestes. Su mirada era profunda, capaz de leer las estrellas y descifrar los misterios del cosmos.

En la sala, la figura de Fíon, un gigante de piel rocosa y fuerza sobrehumana, se elevaba como una montaña. Sus manos, grandes como piedras, eran capaces de mover montañas. Y junto a él, Rhiannon, una mujer de fuego, con cabello como llamas y ojos que ardían como brasas. Su energía era poderosa y su voz, un rugido volcánico.

Completando el círculo, se encontraban Iarfhlaith, un espíritu del bosque con forma de gato, su pelaje verde como la hierba y sus ojos como dos esmeraldas brillantes, observaba con atención las palabras que Aella escribía en una antigua tablilla de piedra. A su lado, Eilif, un ser de aire, etéreo y escurridizo, se movía con la rapidez del viento, susurrando secretos y transmitiendo información a través del éter.

La última figura, Cíara, una bruja de cabellos negros como la noche, leía las runas en una mesa de obsidiana. Sus palabras eran proféticas y su mirada, misteriosa. Cada uno de los Siete tenía un don único, un poder que contribuía al equilibrio del mundo.

En ese momento, Aella levantó la mirada y su voz, clara como un cristal, llenó la sala. "Hermanos, el equilibrio se tambalea. Las sombras se ciernen sobre el mundo. El mal se agita en las entrañas de la tierra."

Los Siete intercambiaron miradas, sintiendo la gravedad de las palabras de Aella. Aethelred, con su voz grave, habló con una solemnidad que resonaba en la sala. "Las estrellas han hablado. Un antiguo enemigo ha despertado, y su nombre es Morwenna, la Reina de las Sombras. Ha estado acumulando poder en el Reino de las Tinieblas y planea envolver al mundo en su oscuridad."

Fíon frunció el ceño, su voz retumbando como un trueno. "Debemos actuar antes de que sea demasiado tarde. Pero, ¿cómo podemos enfrentarnos a una fuerza tan poderosa?"

Rhiannon, con su energía ardiente, se levantó. "Debemos unir nuestros poderes. Cada uno de nosotros tiene un don que puede contrarrestar la oscuridad. Juntos, somos más fuertes."

Iarfhlaith se estiró, sus ojos esmeralda brillando con determinación. "Podemos crear un portal hacia el Reino de las Tinieblas y enfrentarnos a Morwenna en su propio terreno. Pero debemos prepararnos para lo que vendrá."

Cíara, que había estado en silencio, finalmente habló con una voz suave pero firme. "No solo necesitamos poder; también necesitamos un sacrificio. La luz no puede existir sin la oscuridad, y para derrotar a Morwenna, uno de nosotros debe estar dispuesto a entregarse a la sombra."

El aire se volvió denso con la tensión de sus palabras. Todos miraron a Cíara con incredulidad, pero sabían que lo que decía era cierto.

Después de un momento de silencio, Aella alzó la mano. "Yo iré. He vivido mucho tiempo y he visto el dolor del mundo; si mi sacrificio puede traer esperanza, lo haré."

Los demás se opusieron a su decisión, pero Aella mantuvo su mirada firme. "No hay otra opción. La luz necesita ser alimentada por la oscuridad para renacer más fuerte."

Con corazones pesados, los Siete comenzaron a preparar el ritual para abrir el portal hacia el Reino de las Tinieblas. Con cada palabra pronunciada y cada runa trazada, la energía creció hasta que una puerta de luz apareció ante ellos.

Antes de cruzar el umbral, Aella se volvió hacia sus amigos y les dijo: "Recuerden siempre que la esperanza y el amor son más poderosos que cualquier sombra." Y con eso, dio un paso hacia el portal.

Cuando Aella cruzó al otro lado, una explosión de luz iluminó el bosque mientras Morwenna la esperaba en su reino sombrío. Pero en lugar de ser consumida por la oscuridad, Aella utilizó su luz interior para desafiar a la reina.

En un giro inesperado, Morwenna sintió que su propia oscuridad comenzaba a desvanecerse ante el brillo de Aella. La reina había estado atrapada en su propia maldad durante siglos y nunca había conocido tal pureza de luz.

A medida que las energías chocaban, algo extraordinario ocurrió: Morwenna comenzó a transformarse; sus sombras se disiparon y revelaron una figura vulnerable y herida por dentro. Aella extendió su mano hacia ella y le ofreció compasión.

"Tu dolor puede ser sanado," dijo Aella suavemente.

Sorprendentemente, Morwenna aceptó su luz y se dejó llevar por ella, convirtiéndose en un faro brillante en lugar de un ser sombrío. Juntas, Aella y Morwenna fusionaron sus poderes: la luz y la oscuridad encontraron un equilibrio perfecto.

Cuando los Siete vieron lo que sucedía desde el otro lado del portal, comprendieron que Aella no solo había salvado al mundo; había transformado a su enemigo en una aliada.

Regresando al Gran Bosque de Aethel con Morwenna junto a ellos como nueva guardiana del equilibrio entre luz y sombra, los Siete celebraron no solo una victoria sobre la oscuridad sino también una nueva era donde ambos mundos coexistirían en armonía.

Y así fue como El Consejo de los Siete se convirtió no solo en defensores del mundo sino también en arquitectos de un futuro donde las sombras ya no eran temidas sino entendidas y abrazadas como parte esencial del ciclo eterno de la vida.

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