"El Consejo de los Siete"
En las profundidades del Gran Bosque de Aethel, donde los árboles susurraban secretos ancestrales y los ríos reflejaban el cielo, se alzaba el Concilio de los Siete. En este lugar místico, siete seres de diversa naturaleza se reunían para guiar el destino del mundo.
Al frente estaba Aella, una elfa de ojos plateados y mirada penetrante. Su piel era como la nieve y su voz, como el susurro del viento. A su lado, el mago Aethelred, con su larga barba blanca y sus ojos que brillaban con una sabiduría ancestral, estudiaba las constelaciones celestes. Su mirada era profunda, capaz de leer las estrellas y descifrar los misterios del cosmos.
En la sala, la figura de Fíon, un gigante de piel rocosa y fuerza sobrehumana, se elevaba como una montaña. Sus manos, grandes como piedras, eran capaces de mover montañas. Y junto a él, Rhiannon, una mujer de fuego, con cabello como llamas y ojos que ardían como brasas. Su energía era poderosa y su voz, un rugido volcánico.
Completando el círculo, se encontraban Iarfhlaith, un espíritu del bosque con forma de gato, su pelaje verde como la hierba y sus ojos como dos esmeraldas brillantes, observaba con atención las palabras que Aella escribía en una antigua tablilla de piedra. A su lado, Eilif, un ser de aire, etéreo y escurridizo, se movía con la rapidez del viento, susurrando secretos y transmitiendo información a través del éter.
La última figura, Cíara, una...
Al frente estaba Aella, una elfa de ojos plateados y mirada penetrante. Su piel era como la nieve y su voz, como el susurro del viento. A su lado, el mago Aethelred, con su larga barba blanca y sus ojos que brillaban con una sabiduría ancestral, estudiaba las constelaciones celestes. Su mirada era profunda, capaz de leer las estrellas y descifrar los misterios del cosmos.
En la sala, la figura de Fíon, un gigante de piel rocosa y fuerza sobrehumana, se elevaba como una montaña. Sus manos, grandes como piedras, eran capaces de mover montañas. Y junto a él, Rhiannon, una mujer de fuego, con cabello como llamas y ojos que ardían como brasas. Su energía era poderosa y su voz, un rugido volcánico.
Completando el círculo, se encontraban Iarfhlaith, un espíritu del bosque con forma de gato, su pelaje verde como la hierba y sus ojos como dos esmeraldas brillantes, observaba con atención las palabras que Aella escribía en una antigua tablilla de piedra. A su lado, Eilif, un ser de aire, etéreo y escurridizo, se movía con la rapidez del viento, susurrando secretos y transmitiendo información a través del éter.
La última figura, Cíara, una...