...

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Perla
Todo es posible cuando se desborda
y rehace un recuento la memoria:
errante como un médano indeciso
en la tierra de nadie,
sin rasgos, sin solidez,
sin asas ni molduras,
así es mi porvenir
visto desde las instantáneas
rendijas del pasado. Sin embargo,
detrás hay un taller que fragua sin cesar
mi repertorio de máscaras.

Allí, en algún rincón, están de pie
mis primeras visiones,
y también las imágenes de ayer
y aun las fantasías que no se condensaron,
más las ciegas legiones de fantasmas
que son huecos anuncios todavía.
Se imprime un diseño secreto en las alfombras
por donde pasaré. Se muelen mis alimentos de mañana
en el mortero de lo desconocido
y se elaboran, en rígidos lienzos,
los vestuarios para mi absolución o mi condena.

Palmo a palmo, tornando de un día a otro fulgor,
de una noche a otra sombra,
llego con cada paso a ese lugar
al que me remolcaron todas las corrientes:
una región de lobos o corderos
donde erigir mi tienda una vez más
y volver a partir, aunque me quede,
aspirado de nuevo por la boca del viento.

Es esa la comarca, ese es el hogar,
esos son los rostros que veía difusos,
fraguados en el humo de la víspera,
apenas esculpidos
por el aliento enfermo de la niebla.

Pero hay algo, tal vez,
que logró sustraerse
a las maquinaciones de los años,
algo que estaba fuera de la fugacidad,
la duración y la mudanza. Una credencial capturada
al paso por la brasas, desde el comienzo hasta el final
y es mi perla de amor en la noche cerrada.

© Roberto R. Díaz Blanco