...

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Nos dolimos en silencio
La vi llegar,
con su vestido plateado,
tan distante y tan cerca,
tan ella y tan ajena.
No brillaba como antes,
pero aún así,
algo en su andar hacía temblar el aire,
un eco que nunca se termina,
un dolor que siempre regresa.

Yo me quedé quieto,
encerrado en mi silla,
con un trago que no sabía a olvido
y un amigo que sí entendía.
—Te está mirando —me susurró,
y aunque lo supe,
aunque sentí sus ojos
como brasas encendidas sobre mi nuca,
me quedé donde estaba.

“No la amo, no la extraño,
ya no me duele como antes”,
me repetí
como un rezo gastado,
como si las palabras pudieran salvarme.

Pero mentía.

La noche avanzaba,
el ruido llenaba los huecos,
y su mirada aún ardía,
como una pregunta sin respuesta,
como un reclamo sin voz.
Me levanté entonces,
no hacia ella,
sino hacia otra.
Hacia una sonrisa sin historia,
hacia unos brazos que no me conocían.

Bailé.
La música giraba
y yo con ella, ...