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Desde las brasas.
El fuego que exclamé se extendió por todo mi cuerpo, esta vez fue mi calidez, apuntando hacia su corazón, copió los movimientos del sarcasmo, y rebotó en su pecho hasta quemarme los huesos.
La cortesía siendo el inflamable más despiadado, tocando mi interior como si nunca algun alma hubiera guardado.
Y si llega al pueblo pide perdón por mi mortalidad, pide, pues a las plagas ahuyentará.
Mis creencias nunca fueron acertadas, pero esta vez hay que escucharlas, porque él no tiene el cáliz perdido ni los poderes para librarnos del mal, está diseñado para ser un espía, y en troya temen que se cumpla la profecía.
Mi ilusión murió pidiendo por su perdón, pero afirma que resucitará si él algún día la vuelve a mirar.
Su misericordia escupe encima de mis llagas frías, y recorren mi cuerpo en susurros sus penas, diles que recen por mí, aunque no tiene utilidad cuando la muerte ya me ha venido a buscar.

© marsea