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París
PARÍS.
Nunca he estado en París,
pero le imagino jardines,
escaparates llenos
de temblorosos misterios
y también de muchos tranvías
cursis como yo,
que a veces suelo llorar
por falsos recuerdos.
Si me sorprende la noche,
populoso puedo ser y
perderme en una fiesta, para
luego no entender, ante las ventanas
de tus piernas,
como fue que le crecieron
tantos nenúfares a nuestro amor,
y a la vez dándome cuenta
de que la soledad
ha sido siempre una flor seca
que alguien dejo olvidada en un ojal.
Y es que París
pudiera ser nuestro
lugar de encuentro, lo veo:
rosaledas, paseos
trenes, baile,
compras y cosas parecidas.
En el anhelo también,
aunque de frágil materia,
mentirá quien diga
que no nos hemos conocido.
Porque más allá de las ciudades y la sangre,
de verso en verso,
alguna vez se anula el sueño
- o quizá soy yo - que te recuerdo.
© Roberto R. Díaz Blanco
Nunca he estado en París,
pero le imagino jardines,
escaparates llenos
de temblorosos misterios
y también de muchos tranvías
cursis como yo,
que a veces suelo llorar
por falsos recuerdos.
Si me sorprende la noche,
populoso puedo ser y
perderme en una fiesta, para
luego no entender, ante las ventanas
de tus piernas,
como fue que le crecieron
tantos nenúfares a nuestro amor,
y a la vez dándome cuenta
de que la soledad
ha sido siempre una flor seca
que alguien dejo olvidada en un ojal.
Y es que París
pudiera ser nuestro
lugar de encuentro, lo veo:
rosaledas, paseos
trenes, baile,
compras y cosas parecidas.
En el anhelo también,
aunque de frágil materia,
mentirá quien diga
que no nos hemos conocido.
Porque más allá de las ciudades y la sangre,
de verso en verso,
alguna vez se anula el sueño
- o quizá soy yo - que te recuerdo.
© Roberto R. Díaz Blanco
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