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La Escolopendra, Segmento II
Se ha de tener mucho valor y muy poco pudor para exponer el nido de escolopendras que se lleva dentro. Mucho valor para meter las manos, abrir el nido y hacer que las alimañas blanquecinas, acostumbradas a la oscuridad, enrolladas unas con otras, se remuevan y hundan en el intruso y también en los que le acompañan, sus mandíbulas ponzoñosas. Y poco pudor, para mostrar que se ha dejado uno en tal abandono, como para propiciar el ambiente idóneo para que estas sabandijas venenosas se reproduzcan y lo infesten todo, cual a un tronco podrido. También sería necesario tener algo de cautela para evitar una vergüenza innecesaria, pues bien podría ser que lo que se lleva en el interior no sean escolopendras sino golosinas en forma de gusanos multicolores, de esas con las que los niños juegan antes de comérselas.


© Mauricio Arias correa

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