...

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Obtusos sesos
Una ciudad de laberintos confusos.
Prefiero permanecer abrazada
en el silencio perpetuo y confuso;
me dispuse a cuestionar mi ser
que tiene una pizca de iluso,
pero en ocasiones libera extasiado lo astuto.
Por un impulso se desencadenan
levemente las preguntas y
la ansiedad absorbe
las respuestas sin destino;
me tiro en la fosa donde incluso me reciben y
expongo dulcemente los retazos
de mis poemas ya podridos.
Los gusanos son oyentes
de mis alas frustradas y
ausentes de enmendar su vuelo.
El entierro propuso que siga
escribiendo e insistiendo,
exponiendo mis sentimientos
dentro del abismo eterno.
Obtengo aplausos obtusos
que compuso la última esquirla
que se fue rompiendo.
Pierdo la batalla porque
ya no me da la talla para usar
la última arma al hallarse en
la felicidad la cual no poseo.

Me encuentro en el aposento de
mis lágrimas olvidadas que
se fueron evaporando, pero
aportaron para mi crecimiento.
En desuso están mis sesos;
los sucesos ya son recuerdos,
mi rostro es acariciado
por el calor del pavimento,
intrusos pensamientos
que me inducen al infierno.
En ocasiones soy consciente
del ser inconsciente.
¿Será que de mi inconsciente me creo yo totalmente consciente y solo divago para lo que solo me conviene?
Un gran escritor con fervor esta frase creó:
La tristeza es causada por la inteligencia.
Cuánto más entiendas ciertas cosas, más desearías no comprenderlas.
¿De qué sirve la información superficial si no logran sacar la desazón que tengas?
Si mientras más te conoces,
más control tienes.
Mientras menos sepas de cómo
funciona tu ser, más incertidumbre
de tu presente tendrás.

La soledad;
musa de mi corazón que a veces
está lleno de mediocridad;
verdugo de mi sensibilidad e insensibilidad,
en ocasiones me tiene piedad,
llevándome a una luz quizás ilusoria
para que dentro del caos encuentre paz.
Ahora...
Me encuentro sin luces
en un camino tardado;
las plantas de mis pies
apuñaladas por clavos;
me quedo orbitando
entre mis suspiros malditos,
sin que nadie escuche
atentamente mis quejidos.
¿Por qué a veces me engaño?
¡Si se escuchan mis alaridos!
No deseo que el velo caiga rendido;...