...

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Ella
Es tan leve y diáfana como la brisa matutina,
una caricia fresca que despierta la aurora.
Su alegría se expande como la hierba fresca
que brota junto al agua,
tierna y vibrante.

Mas su espíritu se marchita a veces,
en una tristeza que la invade como un velo,
transformando su rostro en un lienzo
donde se esbozan ídolos fugaces
y fantasmas de preocupación.

Un temblor inesperado nubla su mirada,
una tormenta interna la agita y la consume,
un llanto que la desgarra por dentro.

Pero luego la risa irrumpe de nuevo,
y sobre su sombra se alza desafiante,
afirmando su amor,
un sentimiento contradictorio que enreda su corazón.

Yo la observo,
dejando que su cabeza niegue,
un baile de emociones que me fatiga.
Mi beso, una semilla de alas,
florece en la distancia,
un oasis de paz en la turbulenta danza.

Ayer su luz se empañó de melancolía,
una capa verde envolvía sus hombros,
un velo de enamorada ensoñación.
Nunca la vi tan niña, tan vulnerable.

Usted, señor, no la comprende,
ignora su alma compleja,
un enigma que solo yo puedo descifrar.
Mañana la veré de nuevo,
y su esencia volverá a cautivarme.

© Roberto R. Díaz Blanco