Mon amour.
Siempre nos quisimos desde niños, pero sabíamos que lo nuestro sería visto como pecado.
Lo intenté, me alejé, pero no funcionó.
Las fuerzas del destino tenían planeado unirnos otra vez.
¿Acaso no hay amor para mí en este mundo?
Eran tan mágicos esos momentos, aún los recuerdo...Yo era caperucita roja versión inocente y, él, el lobito cariñosito.
Al pasar el tiempo, no obstante, dejamos esos juegos de niños y cada uno tomó su camino, pero nuestras vidas se volverían cruzar y nuestros lazos se harían mucho más fuertes.
Parte: uno el reencuentro
La química todavía estaba, no se había perdido. Él me platicaba de todas sus vivencias en otros lugares, yo igualmente le platicaba de mi vida.
Pasamos horas y horas hablando del uno y del otro que ni veíamos el reloj, así que le invité a mi casa para que pasara unos días allí.
Una mañana, sin quererlo, le ví ducharse y mi mente se dañó por completo al ver su cuerpo sin ropa, mi piel se humedeció, pero no porque tuviera miedo que él que me descubriera observándole; al contrario, era una sensación orgásmica, un hambre atrasada. Tenía hambre de él y tenía ganas de ser yo el jabón que recorre todo su piel.
Le deseaba como hombre y, sin aún saberlo, él también a mí.
El erotismo empieza en la mente y esas imágenes no las podía borrar, por más que intentara distraer la mente. Ésas me traicionarían, me harían cometer uno de los errores imperdonables ante la sociedad y nuestra familia.
Al caer la noche, sabía que él iría, como todos los días, a despedirse de mí a mi habitación; así que, justo en el momento que él entró, yo estaba acostada en la cama completamente desnuda boca abajo, leyendo...
Mi dorada piel quedó expuesta ante sus ojos.
Él se sorprendió al verme sin ropa y, por unos segundos, no supo qué decir, sólo su cuerpo hablaba por él, ya que tuvo semejante erección...
Estaba nervioso, pero a la vez hambriento, como un animal acechando a su presa.
Yo le pregunté: ¿Primo, crees que soy fea, tanto como para que ningún hombre me ame..?
Antes de contestar aquella pregunta, él me pidió una disculpa por entrar sin tocar y, por que sería mejor que se retirase. En ese momento yo le dije: ven, que no muerdo... él se acercó y se sentó en mi cama, en donde yo estaba acostada. Él escuchó decir de mis labios un no te vayas, por favor, me siento muy sola, quisiera que alguien en este mundo me amara de verdad...
Me senté sobre él, le tomé de sus mejillas y, sin pensarlo, le besé la boca. Él no se negó, al contrario, el lobito cariñoso se transformó en una hambrienta y delicada bestia. Me confesó que me ha amado desde que éramos pequeños y ha intentando sacarme de su mente, pero que siempre vuelvo a sus pensamientos y a sus oraciones.
Él me besó tan suave y tan animal. Me preguntó: ¿deseas ser mi caperucita roja hoy y siempre..? Yo le respondí que sí, que esta vez nos olvidemos del lobito cariñoso y que fuera tan salvaje en mis aposentos, que no tuviera miedo de hacerme daño, que ya no era más caperucita roja, la inocente.
Él me estrujó, me agarró del cuello, me apretó, me mordió y me besó... hasta la sombra.
Ese día nos comimos que hasta mi habitación ardía en llamas.
Sus manos frotaron mi clítoris hasta dejarlo erecto, mi coño era como una cascada y mis dos montañas disfrutaron de su falo.
Nuestras energías se abrazaron y hablaron el lenguaje del amor.
El amor tierno y, al mismo tiempo, erótico.
© cherry
Lo intenté, me alejé, pero no funcionó.
Las fuerzas del destino tenían planeado unirnos otra vez.
¿Acaso no hay amor para mí en este mundo?
Eran tan mágicos esos momentos, aún los recuerdo...Yo era caperucita roja versión inocente y, él, el lobito cariñosito.
Al pasar el tiempo, no obstante, dejamos esos juegos de niños y cada uno tomó su camino, pero nuestras vidas se volverían cruzar y nuestros lazos se harían mucho más fuertes.
Parte: uno el reencuentro
La química todavía estaba, no se había perdido. Él me platicaba de todas sus vivencias en otros lugares, yo igualmente le platicaba de mi vida.
Pasamos horas y horas hablando del uno y del otro que ni veíamos el reloj, así que le invité a mi casa para que pasara unos días allí.
Una mañana, sin quererlo, le ví ducharse y mi mente se dañó por completo al ver su cuerpo sin ropa, mi piel se humedeció, pero no porque tuviera miedo que él que me descubriera observándole; al contrario, era una sensación orgásmica, un hambre atrasada. Tenía hambre de él y tenía ganas de ser yo el jabón que recorre todo su piel.
Le deseaba como hombre y, sin aún saberlo, él también a mí.
El erotismo empieza en la mente y esas imágenes no las podía borrar, por más que intentara distraer la mente. Ésas me traicionarían, me harían cometer uno de los errores imperdonables ante la sociedad y nuestra familia.
Al caer la noche, sabía que él iría, como todos los días, a despedirse de mí a mi habitación; así que, justo en el momento que él entró, yo estaba acostada en la cama completamente desnuda boca abajo, leyendo...
Mi dorada piel quedó expuesta ante sus ojos.
Él se sorprendió al verme sin ropa y, por unos segundos, no supo qué decir, sólo su cuerpo hablaba por él, ya que tuvo semejante erección...
Estaba nervioso, pero a la vez hambriento, como un animal acechando a su presa.
Yo le pregunté: ¿Primo, crees que soy fea, tanto como para que ningún hombre me ame..?
Antes de contestar aquella pregunta, él me pidió una disculpa por entrar sin tocar y, por que sería mejor que se retirase. En ese momento yo le dije: ven, que no muerdo... él se acercó y se sentó en mi cama, en donde yo estaba acostada. Él escuchó decir de mis labios un no te vayas, por favor, me siento muy sola, quisiera que alguien en este mundo me amara de verdad...
Me senté sobre él, le tomé de sus mejillas y, sin pensarlo, le besé la boca. Él no se negó, al contrario, el lobito cariñoso se transformó en una hambrienta y delicada bestia. Me confesó que me ha amado desde que éramos pequeños y ha intentando sacarme de su mente, pero que siempre vuelvo a sus pensamientos y a sus oraciones.
Él me besó tan suave y tan animal. Me preguntó: ¿deseas ser mi caperucita roja hoy y siempre..? Yo le respondí que sí, que esta vez nos olvidemos del lobito cariñoso y que fuera tan salvaje en mis aposentos, que no tuviera miedo de hacerme daño, que ya no era más caperucita roja, la inocente.
Él me estrujó, me agarró del cuello, me apretó, me mordió y me besó... hasta la sombra.
Ese día nos comimos que hasta mi habitación ardía en llamas.
Sus manos frotaron mi clítoris hasta dejarlo erecto, mi coño era como una cascada y mis dos montañas disfrutaron de su falo.
Nuestras energías se abrazaron y hablaron el lenguaje del amor.
El amor tierno y, al mismo tiempo, erótico.
© cherry