Todo el universo
Es en la profundidad más transparente y táctil de la mirada en donde se iluminan los anhelos y de seguro que en ese íntimo e imperecedero instante, en la mía, se estaban arremolinando un millón de ellos a la vez. Ella, entretanto, me miraba con la misma magia que puede poseer una noche vibrátil, me miraba con la suprema ascensión corporal del alma en el brillo de sus ojos. Sin embargo, de repente, sin quererlo ninguno de los dos, ella y yo aparecimos en un jardín desbordante de flores frescas. Un lugar en el cual fuimos testigos de cómo unos cuantos relámpagos desbastaban las fibras más esenciales de algunos cuantos sueños incapaces de durar más allá de unos cuantos segundos. Ella, al verse allí, cedió ante el hechizo de un susurro y decidió inaugurar un nuevo sendero al paraíso, decidió abrazarme con ternura, y yo, sumido en el más metafísico de los perfumes siderales, decidí corresponderle a ella con un poco de cariño que bien pudiera salvarnos de nosotros mismos y del mismo fin del universo. Acto seguido, guiado únicamente por mi instinto, comencé a acariciar el cabello de aquella chica que bien pudiera no ser más que una promesa de la vida. Ella, por cierto, se veía hermosa. Ella no llevaba nada sobre su piel. Ella estaba a punto de ingresar, así, como estaba, dentro del concepto más puro de belleza. Las caricias, entretanto, iban y venían con cierta cautela y cierto nerviosismo pero con la certeza de que ninguna desnudez deja...