Lloré su nombre como un eco sin fin,
cada lágrima un grito que nacía en mi sentir.
Él era mi cárcel y mi hábito mortal,
su ausencia quemaba, pero su presencia era igual.
Le dije adiós con palabras quebradas,
y el vacío me abrazó como un amante sin alma.
Las noches eran largas, cuchillas en la piel,
buscando en la sangre lo que él nunca fue.
Un alivio efímero, un silencio feroz,
pero la...