...

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Frente al vertedero
Verdaderamente es esta ciudad un cúmulo de hastío y penuria. La ciudad que me ha dado la vida.

Escuché un griterío infantil sobre la calle: pensé que la bandada de huérfanos hacía de las suyas por un buen trozo de pan, contendiendo con el vigor de un carroñero sobre restos nauseabundos. Las protestas sonoras se incrementaron singularmente, los párvulos revoloteaban; a lo lejos se veía una masa pequeña y amorfa de atavíos grises y mugrientos moviéndose erráticamente.

Hastiado del hedor, atravesé la masa joven de seres, con el dinamismo que me inspiraba la idea de ser acometido por los bolsillos, por alguno de esos pequeños seres de la urbe. Un párvulo jaló mi abrigo y exclamó «¿Qué es eso?» viendo mis ojos y señalando el estercolero.

¿Quién te ha dejado acá? —exclamé mentalmente, en un instante—¿Dónde se encuentra tu madre de útero marchito? ¿Qué será de tu prosapia lánguida y cruel? ¿Quién te ha lanzado con tanto ímpetu, criatura inconclusa, a la pocilga donde los niños íngrimos y andrajosos buscan su alimento? ¡Mira tu cordón umbilical, mira tus ojos hinchados que jamás fueron tus ojos, mira tu desnudez gélida, mira tu figura mustia! ¿Fue un acto de raciocinio de tu estirpe perecer embrión?

En el segundo inmediato después de observar al ser marchito, una convulsión psicológica me desgarró desde el subconsciente: mis extremidades se paralizaron.
Caí de rodillas, sollozando frente al vertedero; frente al embrión incompleto, mientras los niños huérfanos me observaban con extrañeza y gran ingenuidad.
© Engel Volkov