En la vastedad de una llanura empapada en el carmesí del crepúsculo, se erige un caballero, símbolo de bravura en un campo de batalla desolado. Los ecos de la lucha resonaban en cada rincón, testigos mudos del duelo desigual que dejó su ejército, disperso en fragmentos de gloria y derrota.

Él, último resplandor de un glorioso pasado, llevaba sobre sus hombros el peso de un destino sombrío. Herido, su armadura una amalgama de marcas y abolladuras, luchaba entre los vientos huracanados del conflicto. Flechas como saetas del destino se clavaban, una tras otra, surcando su coraza como heraldos del infortunio. Su espada, testigo mudo de mil batallas, aún danzaba en su mano, emitiendo destellos de valentía en cada...