...

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Un mañana de febrero
El cielo abre su pecho.
Puedo ver sus costillas
y sus venas verter
un caudal sobre mis ojos.
La sangre se tiñe ardiente.
La sangre se tiñe marina.
Las nubes como huesos desgranados
apenas tienen fuerzas
para escribir llorando.
El cielo cerró su pecho,
no sabe si conectarse
con la luz o con la oscuridad,
no sabe si llenar de claridad
heridas cronificadas en el tiempo,
no sabe si decirme
en qué parte de la balanza
mantenerme sentada.
Hurgo en la miseria de latas oxidadas
para hallar nuevas ideas.
Quiero conversar con el entorno,
conectarme,
alejarme por unos minutos
de la maquinaria que me rodea.
Imagino que el viento
me abraza o me atraviesa,
que arranca...