...

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El Equilibrista
El equilibrista, en su maroma,
se juega el sueño de los ángeles
disipados en humo y cenizas.
Pero, sobre todo, renuncia
a un lenguaje que remite
al deseo de alimentarse
únicamente de lirismo.

El equilibrista es como una rosa.
La rosa es el mismo ser de la sombra,
y esa sombra que se asoma ahora
sobre ese cordel, es la memoria,
la figura,
y el riesgo de ser rosa. Asume el peligro
de los vientos que destrozan coronas
y se alimentan, insaciables,
de la fragilidad que anida
en la hora augural de las noches.

El equilibrista tienta a los cielos:
baila sobre una tensa cuerda
al rojo vivo.
Va invitando a los grandes astros
para que se vayan sumando lenta,
muy lentamente... a donde tienen origen
los fuegos de primavera.

© Roberto R. Díaz Blanco