La luna llena
dejó en mí el rastro imborrable
de la muerte.
Pasó sobre mí y con fuerza irresistible
se llevó mi alma para mostrarme sitios que sigo sin querer ver.

[...]


Era una noche de verano, cálida como todas pero fría y clara como pocas.
Yo, como siempre, buscaba explicación de la tierra en el rostro de la luna.
“Si no, donde tendría que estar la respuesta?”
Para mí era obvio.

Y entonces vi, en el cielo, como una nube, algo.

Vi un gran fantasma, como eléctrico y gaseoso, de risa maligna, que lo envolvía todo.
Era el universo, Dios, la fuerza primigenia, ¿yo qué sé? No me dijo quién era él.

Vi sus rostros angulosos, sus cimas y sus valles y sus abismos. Cuánto me habría gustado bañarme en ellos. Me mostró su hermoso cuerpo.

Me dijo “¿Es esto lo que quieres?”

Yo lo pensé y dije: “No, yo busco más que eso.”


Él se rió, como si esperara esa respuesta.

“¿Crees que hay algo más allá de esto?
¿Crees que conocer la verdad del universo te hará feliz?”
“¡Pues que así sea! ¡Toma tu felicidad de loco! Pues solo un loco llamaría a mi puerta para pedir...