...

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Amapolas rojas
Máquinas se han oxidado,
polvo al polvo y al tiempo lágrimas
milenios de sudor,
de sudor y lágrimas;

de lágrimas y de engaños,
las hojas de papel,
algunas se han perdido,
otras se han quemado;

los recuerdos del ayer,
tantos nombres
y tantos hombres,
tantas mujeres y tantos humanos,
tantos seres que doblegaron la naturaleza misma a su retorcida sociedad;

las macetas en las tumbas hoy florecen,
y hace tiempo ya que los ríos de veneno del todo se secaron;

las mentiras que un día hacían eco en estos montes,
que hoy brotan de verde árbol,
ya no son más que susurros lejanos.

Hoy,
tras dormir por tanto tiempo,
me levanté de nuevo a ver el amanecer,
me levanté desde mi lugar de reposo
y era ya solo humo y nostalgia
me levanté;

alcé los brazos al sol,
que ya no ardía como antaño nos quiso ajusticiar en la pira y,
ví:

Ví a la persona,
ví a una persona
ví a un humano;

libre y sin dueño,
paseando por un campo que solía ser tierra de muertos,
lo vi agacharse delante de la zarza
y delante de las amapolas;

lo vi coger la flor roja y empezar a sonreír;
por primera vez en lo que lleva contando el tiempo;
había visto sonreír a un humano.

La esperanza reinaba triunfante,
y la belleza misma entonaba por primera vez un su voz,
una agridulce canción;

la vi marcharse caminando,
sin prisa y sin tiempo,
sin discordia y sin dueño;

la vi burlarse del tiempo,
y resistir el dolor del olvido,
y por primera vez
sentí de ellos orgullo;

mi familia,
la de todos,
que tanto había logrado
que despreocupados ahora,
pasearán entre las estrellas
hasta la frontera de esta realidad,
nos mirarán a nosotros,
que toda la eternidad llevamos sepultados,
harán de nuestro sepulcro cristal,
y con su mirada brillarán poemas de esperanza.

© León de León