...

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La fantasía onírica
En esta noche; en esta noche aciaga,
la penumbra se cierne agobiante
sobre una infausta psique.
Tendido en su lecho
de asimétrico tamaño infantil,
duerme psicóticamente
un desventurado mozuelo.
En la profundidad insondable
de sus ominosas fantasías,
(epopeyas oníricas de esencia maligna)
nacen voluntades inconscientes.

En el sueño se proyectan viles anhelos,
he aquí el sueño abyecto:
andando en el campo inmenso
que a la casa (de antiguo linaje)
sirve como patio, ve a su pulcra madre
palpando sus escasos atavíos
en insinuosas posiciones.
Magnetizado se acerca el joven,
cayendo en la vehemencia edípica
de las caricias desenfrenadas.
Realmente indescriptible fue el acto:

una perversión exorbitante invadió la casa,
un sadismo indecible
(éxtasis en cada herida).
Terminada la empresa que al hombre da vida,
el joven, con la exaltación
de haberse entregado a su propia madre
fraguó, en su infausta psique,
una nueva injuria:
al entregarse nuevamente,
una fuerte estocada le ofrendaría a su madre,
barrenando su cuello inmundo y lúbrico.

Repentinamente el sueño se desvanece.
Despierto de nuevo en su pequeño lecho,
una cadena lo somete a la inmunda cama.
Un chillido desesperante resuena
como preludio: la puerta se abre.
Aparece una ignominiosa madre
con flagelantes artefactos libidinosos.
Utilizará de nuevo su herramienta extasiante,
su máquina de placer consanguínea:
su hijo de cualidades voluptuosas,
esclavo de la concupiscencia.


© Angelo Chacón