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Veneno para el espíritu
En tierras donde el sol besa los trigales y el viento susurra melodías antiguas, una bruja moraba en una aledaña aldea, susurrando secretos a las estrellas y entretejiendo pócimas con la esencia de la luna y la hierba de los prados. Sus elixires, frascos de misterio y promesa, ofrecían a las campesinas y doncellas la juventud eterna, una lozanía que desafiaba al tiempo y embellecía sus almas.

Las mujeres, una vez desprovistas de la carga del envejecimiento, resplandecían como rosas en primavera, atrayendo miradas de envidia y anhelos en el reino. Las risas cristalinas de las damas, envueltas en mantos de belleza efímera, se transformaron en susurros de desdén y codicia.

La bruja, artífice de deseos, intercambiaba sus pócimas por tesoros y riquezas, alimentando su cofre con el oro y las joyas de aquellas que soñaban con la eterna juventud.

Sin embargo, la apariencia de juventud sembró la semilla de la discordia. Las damas, antes unidas por la solidaridad, se enfrentaban ahora en una danza de rivalidades y envidias. Cada una anhelaba ser la más hermosa, cegadas por el deseo de sobresalir sobre las otras.

La guerra de egos floreció como un campo de batalla en el corazón del reino. Palabras afiladas cortaban el aire, miradas gélidas chocaban como hojas en duelo. La paz se desvaneció, eclipsada por la obsesión por el propio reflejo.

Las pócimas, una vez elixires de juventud, se convirtieron en veneno para el espíritu. El anhelo de eterna lozanía carcomió los corazones de las mujeres, marchitando su esencia mientras sus rostros continuaban con el encanto de la juventud.

En medio de esta vorágine de vanidades, una campesina, humilde y sabia, rechazó las ofertas de la bruja. Optó por la belleza de su alma pura y la aceptación de su ser. Su rostro, surcado por la luz de la sinceridad y la bondad, resplandecía con la verdadera belleza que emana de la aceptación de uno mismo.

Mientras las demás mujeres se desvanecían, consumidas por la envidia y la vanidad, aquella campesina se mantenía firme como un faro de luz en la penumbra del reino. La bruja, ajena al sufrimiento que sus elixires desataron, continuaba acumulando su riqueza a expensas de la fragilidad de las almas.

Así, la trágica historia desplegó su telar en aquel reino. La bruja, entre risas codiciosas, cosechó oro mientras las mujeres, esclavas de sus propios deseos, marchitaron por dentro hasta desvanecerse, excepto aquella campesina que encontró la belleza en la aceptación de su ser, dejando una lección eterna sobre la fugacidad de la vanidad y la auténtica luminosidad del alma.

© caballeroVerde 🛡️ 🗡️