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Veneno para el espíritu
En tierras donde el sol besa los trigales y el viento susurra melodías antiguas, una bruja moraba en una aledaña aldea, susurrando secretos a las estrellas y entretejiendo pócimas con la esencia de la luna y la hierba de los prados. Sus elixires, frascos de misterio y promesa, ofrecían a las campesinas y doncellas la juventud eterna, una lozanía que desafiaba al tiempo y embellecía sus almas.

Las mujeres, una vez desprovistas de la carga del envejecimiento, resplandecían como rosas en primavera, atrayendo miradas de envidia y anhelos en el reino. Las risas cristalinas de las damas, envueltas en mantos de belleza efímera, se transformaron en susurros de desdén y codicia.

La bruja, artífice de deseos, intercambiaba sus pócimas por tesoros y riquezas, alimentando su cofre con el oro y las joyas de aquellas que soñaban con la eterna juventud.

Sin embargo, la apariencia de juventud sembró la semilla de la discordia. Las damas, antes unidas por la solidaridad, se enfrentaban ahora en una danza de rivalidades y envidias. Cada una...