...

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Caminantes
Caminaban sin destino, sin relojes ni ideas.
Solo hablar y caminar renovaba sus almas
y calmaba sus condenas rutinarias.

La inercia se apoderaba de sus pies,
no había entre ellos
pequeña materia que los detuviera.

Sus palabras se mezclaban en armonía,
parecían dos poetas que describían a la luna.
Hacia el frente miraban
y de costado se contaban,
lo que les corría por las venas.
Las migrañas que atormentaban su descansar.
Esos sueños que soñaban con los ojos abiertos.

Caminaban sin parar,
ella con el pelo suelto y una brisa violenta.
El con sus ojos cansados
y el brillo de las estrellas en ellos.
Ni el mal tiempo
ni un mal día
los alejaba.

La voz de ella le era cálida,
sus respuestas reflexivas
y sus preguntas conocedoras.
La risa de él la contagiaba,
sus palabras la sorprendían
y sus puntos de vista la atraían.
Caminaban y se descubrían entre sí,
como dos astronautas en un universo lejano.

No pensaban en qué hablar,
un todo era suficiente,
para no quedarse sin amar la risa del otro.

Pero hubo una cosa
que ninguno de los dos
se animó a contar:
Cuánto amaban
ese pequeño momento del día
en que caminaban
sin sentirse solos en el mundo
y la tristeza que les daba
cuando terminaba su andar.

Ella se guardó su te quiero en el pecho.
Él guardó el me gustás detrás de la garganta.
Y así terminaron aquellas caminatas
fuera de la realidad.
Volvieron a sus miedos.
Había planes que odiar.

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