...

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Melodía maquinal
Observa a ese hombre,
vislumbra su harapiento cuerpo,
su desaliñado y roto rostro:
en estas calles perversas deambula eternamente.
Su oído se familiarizó con los gritos demoníacos
que en la inmensa lobreguez de la ciudad resuenan
como en el infierno más vasto.
Las prostitutas son azotadas en la callejuela,
el errante solo observa desde su pútrido lecho:
observa inmóvil, íngrimo, hambriento;
solo observa y solo observa.
¡Quién soportaría tal ignominia!
Es decir, ¡esa vida!
Para nadie es sorpresa, lector,
que el viejo errante haya pernoctado
sobre la cabecera fría y opaca
que al tren marca camino,
y al escucharse la melodía maquinal
su desabrigo hubiera terminado.
© Engel Volkov